El Jueves Santo arcense se vivió a caballo entre la calle Corredera y el entorno de la parroquia de San Pedro. Es lo tradicional para ver en todo su esplendor los dos misterios del día. El primero situó ante un numeroso público la procesión del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, puntual en su salida de la hospitalaria iglesia de San Juan de Dios a las seis de la tarde.
El estandarte de la hermandad y los faroles anunciarían el largo desfile, al que seguirían numerosos hermanos de fila con muchísimo niños -algunos bebé todavía- y el paso del cristo moreno, escoltado tanto por un grupo de acólitos con ciriales como de representantes de fuerzas de seguridad. El Cristo volvió a procesionar con su vela de terciopelo, con las figuras angelicales a sus pies y con flores moradas que enaltecieron el paso dorado del de la Vera Cruz, pero sobre todo con la solemnidad que le caracteriza.
Tras el paso, los armaos de la hermandad perfectamente dirigidos por Fernando Iglesias, que fueron practicando sus curiosos pasos de extremo a extremo de la calle ante la admiración del público en la Corredera. Vestidos de terciopelo verde y de armaduras doradas, volvieron a lucir los cascos emplumados que los distinguen ciertamente del armao más tradicional que encumbrara a la fama de la Semana Santa los dibujos de Francisco Prieto a mediados del siglo pasado. Marcharon coordinados delante del paso de San Juan Evangelista, portado en parihuela por un grupo de hermanas, como también el paso de Nuestra Señora de las Angustias que cerraría el cortejo luciendo unas bellas flores de varios colores en sus exornos.
La procesión estuvo acompañada por la Banda de Música Municipal Vicente Gómez Zarzuela, que realizó un gran trabajo en ésta y en otras citas con su Semana Mayor. El desfile tuvo la suerte de contar con un magnífico tiempo, no hizo frío y la lluvia, por una vez, fue lo más clemente que pudo con el Jueves Santo.