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Cuidemos nuestras palabras

Con las palabras podemos ser suaves y delicados como una caricia, o por el contrario, diseccionar los sentimientos como si se tratase de un bisturí...

Publicado: 26/10/2024 ·
11:50
· Actualizado: 26/10/2024 · 11:50
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  • Imagen de lisa runnels en Pixabay

Nuestro órgano pensante, el cerebro, es una poderosa máquina capaz de regular y organizar multitud de funciones corporales y mentales. Por un lado, tiene una enorme capacidad de liderazgo, controlando otros sistemas y órganos de nuestro cuerpo, pero por otro, es sensible a condicionantes y estímulos tanto internos como externos. Y de estos últimos, de los factores externos que nos afectan, son de los que quería hablaros en esta ocasión, y más concretamente, de la herramienta más sofisticada con la que el ser humano cuenta para comunicarse con otros: el lenguaje.

Con las palabras podemos ser suaves y delicados como una caricia, o por el contrario, diseccionar los sentimientos como si se tratase de un bisturí. Pero... ¿pueden unas palabras necias, unos mensajes descalificativos, modificar la estructura bioquímica de nuestro cerebro y generar en nosotros un cambio de comportamiento?

Ya en el siglo pasado, un maléfico personaje como Adolf Hitler consiguió arrastrar a las masas y convencer a sus compatriotas de que la raza judía era la culpable de todos y cada uno de sus males y desgracias, intentando erradicarlos de la faz de la Tierra. Pero además de esta hipótesis que nos ha proporcionado la historia, un experimento reciente ha servido para confirmar esta teoría. A un grupo de personas se las expuso de forma reiterada a mensajes negativos, de odio hacia otras de distinta raza, sexo o religión. Mediante imágenes de resonancia magnética, se analizó cómo este “bombardeo” de comentarios peyorativos afectaba a las zonas del cerebro relacionadas con la empatía, que, como sabemos, es la capacidad de los seres humanos para comprender y sentir el dolor ajeno.


Los mensajes de desprecio provocaron que los sujetos expuestos en este estudio científico tomaran cada vez más distancia con sus semejantes, perdiendo esa capacidad innata de “ponerse en la piel o en el lugar del otro”. Y es que esta exposición al discurso del odio destruye los mecanismos neuronales de la empatía.

En este sentido, en nuestro día a día no podemos evitar escuchar mensajes malintencionados que nos "martillean" una y otra vez, cargados de una inquina desmesurada. Pero sí podemos y debemos protegernos de su sobreexposición, tanto en los medios como en las redes sociales o en las conversaciones con los demás. Aunque el estudio científico es muy comprometido desde el punto de vista moral y ético, nos sirve para constatar de forma fehaciente cómo puede modificarse la conducta del ser humano y cargarlo con una pesada mochila de prejuicios contra aquellos que piensan o sienten de forma diferente.

La animadversión consigue deshumanizar las relaciones e inyectarlas de resentimiento y antipatía. Pero, afortunadamente, la buena noticia es que los mensajes positivos pueden ser igual de poderosos. El “lenguaje amable” contrarresta todos esos efectos negativos y nos hace recuperar la sensibilidad y el afecto por los demás.

Por ello, y si me permite darle una recomendación, haga oídos sordos a todo aquello que sea tóxico y dañino, ya que solo le proporcionará infelicidad y resentimiento. Cultive el lenguaje de la concordia y del cariño, porque todos estamos en este planeta para convivir de la mejor y más agradable forma posible.

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