Las finales no se juegan, las finales se ganan, decía Luis Aragonés. Cuando el Málaga supo que los tres puntos significaban mirar el descenso desde los nueve de lejanía, solo pudo hacer una cosa: agarrarlos bien fuerte. Hasta que Okazaki, ese japonés educado que pasó por Málaga en un visto y no visto, hizo lo imposible en el Día de Andalucía y en plena resaca carnavalera. Una chilena en el 95 para evitar el triunfo del Málaga. Ni el mejor guionista de cine lo hubiera escrito.
En los primeros compases ocurrió de todo. En el minuto 4 de partido, Álvaro Vadillo cayó dentro del área en un penalti que pareció claro a primera vista. El colegiado, Ais Reig, fue a ver el penalti en la dichosa pantalla y lo denegó. Primera piedra para el Málaga, cuyo público se vino arriba con la pena máxima. El circo siguió tres minutos después: gran combinación de toque del Cartagena, que con paciencia en salida de balón conectó con Mo Dauda en banda , sacó el centro y en el segundo palo Álex Gallar fusiló. Un gol que también se acabó anulando por falta de Rubén Castro a Peybernes.
El Málaga, tras el cúmulo de acontecimientos, se hizo con el balón y la iniciativa. Con ese hambre de ganar, de saber lo que mucho que se juega, jornada tras jornada. Dos disparos de Vadillo, el más animado de cara a puerta, dejaron buena impresión. La afición necesitaba ver a un equipo con rabia y valentía y se estaba viendo. Hasta que un tramo de posesiones largas y pasividad en la presión de los blanquiazules formó run run en La Rosaleda. El Málaga es, muchas veces, un equipo que baja los brazos por inercia. Después de tener la más clara del partido con un remate de Brandon Thomas en transición, llegó el descanso.
La segunda parte empezó con ilusión para el malaguismo: Jairo, Jozabed y Aleix Febas tuvieron tres ocasiones clarísimas seguidas y a la cuarta, llegó la definitiva. A balón parado, Vadillo la sirvió y Brandon Thomas, de cabeza, la cruzó para el 1-0 (minuto 54). El pichichi del equipo tenía que ser: 6 goles para el nueve mallorquín. Con la salida de Antoñín e Hicham en el 70’, el Málaga buscó atar los tres puntos , mientras a un apático Cartagena no le salía nada. Hasta que Okazaki entró al estadio, ovación incluida. Nadie esperaba lo que se venía, claro.
Okazaki, en la última jugada del partido, remató de chilena improvisada al primer palo, en una acrobacia que silencio a La Rosaleda y dejó a todos atónitos. Por supuesto que lo celebró, si tenían alguna duda. El estadio se quedó helado como pocas veces, luego hubo silbidos, alguna sonrisa irónica. Entre lo triste y lo cómico. Eso es ser del Málaga.