Había ganas. Muchas. Y más conforme la incidencia del coronavirus, que nos privó de procesiones dos años, decrecía en Cuaresma.
Tantas ganas había que, en puridad, no sorprende que ésta, la Semana Santa del reencuentro, haya sido especialmente intensa... para bien y para mal.
Los problemas de carga en la Virgen de la Soledad han evidenciado un problema que amenazó a suficientes pasos como para reflexionar en profundidad más allá de tratar de justificarlo con la edad de las cuadrillas, el calor extremo, la falta de ensayos.
Los incumplimientos horarios, con retrasos de hasta dos horas en el caso del Despojado, requieren que tome cartas en el asunto el Consejo Local de Hermandades y Cofradías, que también debe limar asperezas con el Cabildo Catedral, después de que una parte y otra fueran incapaces de gestionar con el debido rigor el refugio de Prendimiento, La Viña y Nazareno del Amor por lluvia.
Al respecto, resulta difícil comprender que el Martes Santo se repitiera el guion.
En positivo, cabe destacar la abundancia de capirotes, que la saeta gana terreno con voces como la David Palomar o Manoli del Amo, los estrenos y avances en pasos, como los del Nazareno de Santa María o Las Penas, el impacto turístico y, sobre todo, que, al fin, las horquillas han vuelto a resonar en las calles de Cádiz.