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Una feminista en la cocina

Los que se fueron

Al fin todos se van, porque este Planeta con nada se queda hasta convertirse en una bola estéril desprovista de esencia.

Publicado: 20/01/2023 ·
10:13
· Actualizado: 20/01/2023 · 10:55
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Ángeles junto al monumento a Jesús Nazareno.


Hay gente que se va en silencio como los árboles, con solo unas pocas hojas mustias-premonitorias- que se lleva el frío invierno. Caen de lado, desvanecidos de nuestra memoria, acurrucados en sí mismos como nonatos. Otros en cambio son faraona en tablao, peliculeros de tres al cuarto o tertuliano en Sálvame. Pero al fin todos se van, porque este Planeta con nada se queda hasta convertirse en una bola estéril desprovista de esencia. Todos los que quisimos se fueron. Y si aún no lo han hecho, lo harán en algún momento. Podemos pensarlo, sufrirlo, machacarnos o disfrutar de los que tenemos.

Lo primero, nuestro aliento. Cómo deberíamos querernos y qué mal nos queremos. Nadie nos presiona tanto. Nadie nos corta el traje con tijeras tan oxidadas. Pero aquí acaba. Los que se fueron, si nos quisieron, nos lo dieron todo... Su corazón, sus recuerdos. Si no los extirpamos de nuestra memoria con bisturí de acero, se convertirán en residuos tóxicos arrastrándonos al contenedor de cabeza con ellos. La Tristeza es pura mierda. No es que no los quisiéramos, no es que nos los queramos, es que nos pesan demasiado como para colgárnoslos al cuello. Aquí empieza, lo que mañana seremos.

Cada día comienza lo que seremos, solo hay que plantearse hacerlo o serlo. Deberíamos destriparnos la basura, castrarnos los malos momentos. Quizás arrancarnos la Furia, la Rabia, la bilis amarga que nos supura la soledad, el hastío o las decepciones. Puede que seamos un clan de cabreados, pero entre nosotros hay lobos solitarios que saben de la ventaja de navegar en lejanía, saboreando los colores primigenios que nadie más que nosotros paladeamos como nuestros. Hay gente que se va en el silencio de la noche, recogido el cuerpo como un nonato, dejando huella de ausencia marcada en el alma. Otros, vadean a la Canina hasta que casi solo queda armazón y estambre, meras caricaturas de lo que antaño fueron. Y aun así, podemos verlos en cada arruga, en cada gesto, reinonas que siempre fueron aunque no quisieran reconocerlo. Los quisimos y los queremos. Esa es nuestra condena en el infierno de Dante, el permanente recuerdo. Esa – así mismo-nuestra redención de pena. Porque, ¿qué otra cosa somos que los ojos de los que nos vieron? Recordar, amar y sufrir por las pérdidas nos da categoría de Titanes. Porque nada se hizo sin sentirlo, ni amarlo a muerte. Nada bajo las estrellas que nos duela más que cuando perdimos nuestros sueños.

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