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No es país para viejos

Las personas viejas, de hecho, son socialmente apartadas como si no comprendieran el mundo actual

Publicado: 15/09/2023 ·
13:28
· Actualizado: 15/09/2023 · 13:28
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  • El jardín de Bomarzo.

“Los principios de la física, tal y como yo los entiendo, no niegan la posibilidad de manipular las cosas átomo por átomo”. Richard Phillips Feynman.

Despreciamos lo viejo. Valoramos lo antiguo sólo cuando tiene valor patrimonial o económico, un cuadro, un vino, un hallazgo, monedas, muebles o antigüedades, joyas, reliquias religiosas, pero aquello que no tiene precio de mercado pasa a ser sencillamente viejo y, por ello, rancio; un libro, una película, canciones, una manera de comportarse, personas. Las personas viejas, de hecho, son socialmente apartadas como si no comprendieran el mundo actual y vemos cientos de vídeos en redes de ancianos cuyo comportamiento resulta gracioso porque a esas edades, bien es cierto, uno pierde la pátina que rodea la moderación y dice lo que piensa, tal y como lo piensa, entre otras cosas porque todos los que le escuchan han vivido menos y de la vida saben, exactamente, menos, al menos de lo importante. Pero son viejetes a los que hay que darles el sí de los locos y no hacerles mucho caso, no pensamos que en el mejor de los casos llegaremos a eso y no se valora que la sabiduría de los años vividos es, como poco, un extra valioso. No pasa en todas las culturas, claro está, en otras el anciano es el sabio al que hay que escuchar, respetar, obedecer, pero en la nuestra es lo contrario y resulta cómico si el abuelo no maneja las aplicaciones del móvil, se pierde en los botones de ese maldito cajero o no entiende toda esta terminología británica con la que embardunamos nuestro maravilloso castellano, como se ve inapropiado que la abuela siga cocinando y disfrutando haciéndolo porque para ella no hay cosa mejor en el mundo, ni casi nada más, que ver a su familia sentada a la mesa comiendo -qué placer comer a la mesa de la abuela con aquellos aromas de la infancia, qué no daríamos por repetir aunque por un día solo fuera-.

Y esto, en parte, deriva hacia esta sociedad que se esfuerza día a día, con esmero y, también, con la destreza de manipuladores profesionales, en ensalzar lo banal, en elevar la imbecilidad a noticia nacional quizás como estrategia de desviar el foco entreteniendo al personal y que éste no se fije tanto en lo indecente que resulta que normalicemos el hecho de que se negocie un gobierno con un fugado de la justicia, que el pobre Feijóo tenga el real encargo de conformar gobierno y esté perdido en ello o que el resultado numérico final en la cesta de la compra y el incremento de los tipos de interés en hipotecas haga preguntarse cómo sobrevive la gente con sueldos normales. Pero nos entretiene el asesino y descuartizador confeso hijo de famoso, el beso de Rubiales y la Audiencia Nacional admitiendo a trámite una denuncia de la Fiscalía por este hecho.


Vaya por delante, para que nadie tienda a malinterpretar, que el comportamiento de Rubiales es de todo punto inaceptable, tanto el beso como, más si cabe, tocarse sus partes sensibles al lado de la Reina y ante millones de espectadores, o llevar cual saco al hombro a una jugadora; todas y cada una de estas obscenidades y su suma muestran a un individuo del género masculino en su escala más baja, machista y, por supuesto, incapacitado para ostentar ningún cargo público. Pese a que su pasado venía plagado de nubarrones, incluso de presuntas corruptelas denunciadas hasta por su propio tío, el mundo del fútbol miró para otro lado. En nuestra sociedad las presuntas corrupciones se miran con mejor ojo que lo que hizo este sujeto en la celebración del mundial femenino.

A los españoles gusta ponerse la toga de juez y condenar a saco y, más, cuando hay intereses que empujan a la opinión pública a dictar sentencia y justificar la máxima condena que sea posible, con un acoso y derribo a modo lapidación. Nos encanta lapidar, a todo tren, en todos los programas e informativos, a toda pastilla. En otras ocasiones pasa lo contrario, se fomenta una opinión pública bondadosa, por ejemplo ante un joven con buen físico e hijo y nieto de famoso que relata sin inmutarse cómo mató y descuartizó a su amigo, nos plantean el asunto para hacernos tener cierta empatía con él y su familia y hasta desear que le condenen a lo mínimo y vuelva a España cuanto antes, buscando motivos que de algún modo justifiquen el cruel acto.

Sin entrar en juzgar a nadie, parece sensato considerar excesivo que el beso de Rubiales pueda llevarle a la cárcel con una condena de uno a cuatro años. La Audiencia Nacional ha pedido los vídeos del momento para ver lo que pasó desde todas las perspectivas posibles y, también, la reacción de la jugadora en el momento del beso, tras él, en el vestuario, en entrevistas y en el autobús. Lógico porque el delito de agresión sexual requiere que no haya habido consentimiento y no vale que la persona consienta y sea a los tres días cuando decida, o la convenzan, de que sufrió una agresión en toda regla. De aceptarse el consentimiento con carácter retroactivo o el cambio de opinión de la víctima, nos llevaría a una total inseguridad jurídica y personal.

La denostada Ley del Sí es Sí no sólo tiene las rebajas de las condenas máximas del delito de agresión sexual con el error de su aplicación retroactiva subsanado con demasiado retraso. Lo que poco se ha dicho es que refuerza la condena a actuaciones que antes o no eran delito o su pena era pequeña. Besos o roces no consentidos, piropos degradantes y similares, con la regulación anterior sólo se consideraban delito de abuso sexual con una pena de uno a tres años, si se probaba que había sido algo grave y que había tenido el rechazo contundente de la víctima, el abuso sexual no consentido se consideraba sólo cuando se ejecutaba sobre personas que se hallaban privadas de sentido o de cuyo trastorno mental se abusare, así como los que se cometían anulando la voluntad de la víctima mediante el uso de fármacos, drogas o cualquier otra sustancia natural o química idónea a tal efecto. Una regulación demasiado blanda que indudablemente requería una reforma.

Con la Ley de Irene Montero, el que realice cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona sin su consentimiento, ya no es abuso sexual -delito que desaparece- sino agresión sexual, con una pena mayor que antes al ser de uno a cuatro años. El no consentimiento ya no se circunscribe a situación ninguna, por defecto si la denunciante dice que no hubo consentimiento no lo tiene que probar y sólo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona. Veremos, en este sentido, cómo se pronuncia la Audiencia Nacional en el caso Rubiales.

En cualquier caso, resulta muy preocupante que a nivel penal cuando se “crea” un asunto de interés mediático y se mueve a la sociedad, el principio constitucional de la presunción de inocencia no exista. Ya pasó hace dos años con un medio televisivo que en varios de sus programas y durante meses no paró de llamar maltratador a un ex de una famosa, hasta Irene Montero intervino a favor de ella, despreciando que había siete autos archivando el tema porque los jueces -la mayoría mujeres- no encontraban indicio alguno de maltrato. Pero esto daba igual, como daba igual el Estado de Derecho y como daba igual machacar a un hombre y a sus hijos acusándolo de algo tan grave que, previamente, había sido descartado por la justicia.  

Víctor Mollejo, jugador del Zaragoza, ha rectificado y pedido perdón cuando la Liga y muchos medios se han lanzado a denunciarle porque el domingo, tras meter un gol en tiempo de descuento, se masajeó los testículos en gesto obsceno y similar al de Rubiales, en cambio medio país aplaudió a Amaral por enseñar los pechos en un concierto reivindicando así, no encontró otro modo, la libertad femenina y que, esta vez sí, encontró el respaldo mayoritario. Quizás Mollejo erró al tocárselos y no enseñarlos. Quizás la Audiencia Nacional le encause por ello, ya puestos. Lo que no cabe duda es que falta educación sobre muchas cosas y entre ellas el tener un criterio propio y no dejarnos ser presa de las manipulaciones y, aún más importante, nunca, en ninguna situación ni circunstancia, perder el respeto a las personas en todos los sentidos y ámbitos y, sobre todo, a sus derechos.

De eso saben mucho los viejos, esos mismos a los que apenas prestamos atención mientras atendemos, lascivos y prestos a lapidar, a la última imbecilidad del momento.

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