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Jueves 16/05/2024  
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Cádiz

“La Primera República fracasa, como todos los sistemas políticos, por radicalismo”

José Calvo Poyato presenta en Cádiz 'El año de la República' marcando distancias con los tiempos actuales, pero advirtiendo sobre la confrontación pública

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  • José Calvo Poyato. -

José Calvo Poyato (Cabra, 1951) suma a su prolífica carrera literaria una novela en la que, con la convulsa situación política que llevó a proclamar y fracasar la Primera República como telón de fondo, se desarrolla un adictivo thriller que parte con la investigación sobre la desaparición de dos valiosos libros de la Biblioteca Nacional. El otrora político, historiador y escritor ha sido definido como el Galdós del siglo XXI.

La Primera y la Segunda República no tienen nada que ver, ¿verdad?

–Hay una distancia temporal muy grande, más de medio siglo. La sociedad podía tener algunos elementos comunes, pero los planteamientos políticos eran diferentes. Además, la Primera República fue una república donde los republicanos eran muy escasos, mientras que en la Segunda había más. Se ha llegado a afirmar que la Primera República era una república sin republicanos.

¿Quiénes son los responsables del fracaso de esta Primera República?

–Fracasa por lo que fracasan casi todos los sistemas políticos, por la gente más radical. Los radicalismos son los que no han llevado a unas situaciones difíciles de mantener. En la Primera República hubo un sector del federalismo, al que se llamaba intransigente, que desencadenó todo el movimiento cantonal. El Gobierno republicano tuvo que enfrentarse. No hubo unos republicanos buenos o malos, sino unos con unas ideas que podían encajar mucho mejor en la época, más sensatas para tener una proyección en el tiempo, y otros que actuaban con impulsos demasiados vehementes. Ni Pi y Margall, ni Salmerón ni mucho menos Castelar consintieron que se proclamaran cantones en el Levante o en Andalucía, como en Cádiz, que había impulsado el alcalde, Fermín Salvochea.

¿Se ha idealizado a Fermín Salvochea?

–Se radicalizó mucho en Londres, de cuya estancia recojo algunos párrafos. Era de familia acomodada; la madre de Salvochea era pariente de Mendizábal, y tuvo recursos suficientes como para mandarlo a Londres a estudiar comercio. Él actúa de manera muy diferente, se interesó por las doctrinas socialistas, que en aquel momento tenían mucho de teoría, y  trata de ponerlo en práctica. Perteneció a los intransigentes. En el tiempo que fue alcalde, muy poco, cerró algunos conventos que la desamortización había dejado abiertos. Luego, la capacidad de resistencia de esos cantonalistas gaditanos fue muy escasa. Pavía entra casi sin resistencia en la ciudad.

¿Cuesta no hacer un juicio de los personajes históricos?

–Una novela histórica no debe perder de vista que es historia y, por lo tanto, no debe alejarse de los parámetros históricos, pero  el novelista tiene mayor capacidad para condenar, perdonar, ensalzar, para definir a un determinado personaje según sus criterios, que pueden ser compartidos por unos lectores o por otros. El historiador, por obligación profesional, se encuentra mucho más constreñido.

Aparecen personajes históricos. Debe ser un reto convertirlos en protagonistas de una novela. 

–El perfil nos lo puede dar la propia historia, aunque la historia a veces es contradictoria. A través de sus hechos podemos establecer criterios sobre su psicología, y los personajes de ficción tienen que responder a los cánones de la época. En el siglo XIX, el interés de la política preocupaba a una población relativamente pequeña; el 80% de la gente era analfabeta, su prioridad era llenar el estómago todas las veces posibles. Marca una diferencia, tienes que situar a los personajes en su mundo y que no se creen situaciones no entendibles.

El narrador es personaje de ficción. Opta de nuevo por el periodista Fernando Besora...

–En 1873, no hay una mala prensa; hoy, como en todas las profesiones, hay buenos y no tan buenos. Escogí a Fernando Besora porque quería utilizar la vía del periodismo como plataforma para lanzarse a lo que podríamos llamar una literatura mayor, como actualmente han hecho Arturo Pérez-Reverte o Isabel San Sebastián. Me interesaba que el narrador estuviese muy vinculado al mundo literario de la época porque me permitiría introducir elementos de la cultura para situar al lector en el ambiente no estrictamente político.

¿Qué papel jugó las relaciones con Latinoamérica en la Primera República?

–No hay mucha relación. Ya se había producido la independencia de la práctica totalidad del Imperio Español, y a estas alturas las relaciones han empezado un tanto a normalizarse. Quizá lo más importante en ese momento es que el Gobierno tuvo que hacer frente a tres guerras a la vez, una de esas la que se libraba en Cuba, desde el 1868.

¿Qué hay de la España de entonces en la España de hoy?

–Comparar con el presente tiene difícil encaje porque la situación social económica cultural tiene muy poco que ver. Lo que me llamó mucho la atención es que en el Congreso había broncas más que notables, pero en los grandes líderes vi una relación mucho más cordial de la que vemos en el tiempo presente y, desde luego, los discursos tenían más enjundia política que las cosas que a veces escuchamos ahora. Los políticos de aquella época formaban parte de la élite que sabía escribir y habían recibido una educación superior que se veía reflejada en los discursos y en el trato que se dispensaban. En este tiempo, echo de menos esa cortesía parlamentaria. 

No es fácil escribir una novela como ésta, pero tampoco debió serlo ejercer la política.

–Fui militante del Partido Andalucista y diputado para tratar de impulsar a esta sociedad nuestra un tanto adormecida, un tanto considerada como un territorio de menor, y logramos que Andalucía se considerara también una nacionalidad histórica. Hoy, vemos otra vez las potencialidades de País Vasco y Cataluña para dirimir quién va a gobernar sin que el papel de Andalucía cuente. Pero siempre he sostenido que la política no es una profesión. Volví a las aulas, y desde hace veinte años soy profesor y escritor.

¿Tendrán una novela histórica los acontecimientos políticos de la actualidad?

–Los acontecimientos de los últimos diez o quince años y los que estamos viviendo en la actualidad son propios de una novela y hay personajes absolutamente extraordinarios, de todos los pelajes políticos, con un perfil novelesco que, desde mi punto de vista, darían mucho juego. Pero me va a permitir que no ponga el dedo sobre ninguno de ellos (ríe).

 

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