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En nuestros tiempos prima el colorido en los hábitos y las bandas tocando marchas alegres y bullangueras tras nuestros pasos de misterio y de palio. Los niños con sus cirios pequeñitos y la alegría del sol iluminando el cortejo donde los palios tintinean y la gente aplaude a los cargadores mientras “bailan” las marchas, eso es lo que gusta a la mayoría de la gente. El rojo de la pasión, el oro de la riqueza, de la alegría. ¿Y el negro? El negro no tira, el negro no llama a devoción, el negro no interesa.
El por qué y la simbología de cada una de las hermandades en la calle, el momento pasional que representan, todo eso no importa, lo que importa es lo bonita que es la virgen de tu cofradía. Si a esto le sumamos la crisis de fe que atravesamos en nuestros tiempos debido a muchos factores, nos da como resultado unas filas pobres de penitentes en las hermandades que representan momentos luctuosos de la pasión del Señor.
Esta falta de fervor se da en mayor o en menor medida en casi todas las hermandades de negro. Parece como si la contemplación, el recogimiento, no fuera hecho para los cofrades de hoy. Un Cristo extiento, un Jesús yacente no llama a la devoción simplemente porque está muerto, aunque en ese momento de la pasión esté el de mayor fe para los cristianos, “…todo ha concluido” y sólo esperamos pacientes la venida de la resurrección. Sólo esperamos como su madre, en soledad, con recogimiento, el momento que sabemos, como cristianos, que ha de venir. Pero como no hay tatachín y las túnicas no llevan capa y son negras, estamos condenados a conservar como podemos esta tradición sepulcrista de la que somos portadores y encargados de velar desde hace mas de cuatrocientos años.