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José Mari: mito cadista y abanderado roteño

El capitán amarillo echa el cierre a su carrera a los 36 años, dejando atrás una carrera brillante en la que siempre tuvo presente a sus vecinos roteños

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“¿Tú crees entonces que me la firmará?”, pregunté a mi abuela desde el salón mientras sostenía la camiseta del Cádiz CF que, pocos días antes, había recibido como regalo de Navidad. Era el que más ilusión me había hecho. Era la camiseta del histórico año de regreso a Primera División 14 años después. La misma que guardo- y me pongo todavía cuando voy al estadio- con tanto cariño. Una camiseta preciosa que levanté a la luz del techo, fantaseando con que en el centro tuviera la firma del capitán José Mari. “Que sí, chiquillo”, me respondió ella, agotando ya los últimos cartuchos de su ilimitada paciencia, debido a las muchas veces que le había insistido nervioso. “Ya se lo digo a su suegro, que lo conozco”. Él era, precisamente, quien le había mencionado a mi abuela alguna vez las andaduras de su yerno futbolista por América, donde despertaba pasiones con el balón en los pies al otro lado del charco. Historias que luego ella me relataba, sin demasiados detalles eso sí, porque del nombre de la ciudad no se acordaba. ‘Colorado’, me revelaría Internet poco después, cuando lo busqué frente al ordenador llevado por una curiosidad inmensa. ‘Colorado Rapids’. Insatisfecho con tan poco, continué indagando hasta que me crucé con el video de un golazo espectacular que había marcado con el club de la MLS.

Un golazo desde fuera del área, que tocó en el palo antes de entrar. El gol fue espectacular, aunque mejor aún fue la celebración, en la que imitó a un torero. Una tradición tan nuestra, tan española, tan andaluza, plasmada sobre un campo a miles de kilómetros de Rota, donde sus vecinos siempre han seguido orgullosos cada paso dado en una carrera sensacional por uno de sus principales embajadores en el mundo. Porque José Mari siempre ha llevado el nombre de Rota en la boca a todos los lugares por los que ha pasado. También a Colorado donde, si acaso antes de su estancia allí alguien era capaz de señalar a Rota con el dedo en un mapa, era por la Base Naval. Al final, Rota tampoco tiene la fama que respalda a otras ciudades más icónicas que aparecen como escenarios de cualquier película taquillera, en la portada de cualquier libro ‘best-seller’, o en cualquier lista de destinos paradisíacos para pasar las vacaciones de verano. No es una capital, ni siquiera una ciudad que cuenta con una población masificada. Por eso, con estas ideas revoloteando en la cabeza, cuando a los roteños nos preguntan en cualquier lugar del mundo que de dónde somos, damos por hecho desde el principio que no van a conocer a Rota. Por eso, casi que por inercia decimos ‘de Cádiz’ o, si empezamos a abrir un poco más la frontera, ‘del sur de España’. Eso es perfectamente lo que podría haber respondido José Mari cuando le preguntaron que de dónde era durante su estancia en Colorado. Pero no lo hizo. No dudó ni un segundo. Nunca lo ha hecho. Ni en Sanlúcar de Barrameda, ni en Jaén. Tampoco en Murcia, Zaragoza o Valencia. Allá, donde ha ido, siempre ha mencionado al municipio donde todo empezó. “Yo soy de Rota”. En cada presentación, trofeo o celebración. Incluso el que posiblemente fue uno de los momentos más felices de su carrera, como es el ascenso con su Cádiz CF a Primera, también va unido a Rota. En este caso, a través de la Peña Cadista ‘Camaleón’ de nuestro pueblo.

Para mí, que desde pequeño había pasado infinitas hojas en los álbumes de cromos leyendo detenidamente las fichas de los jugadores sin encontrar nunca a Rota como lugar de nacimiento, José Mari era un ídolo. Por eso, el día que atravesó mi abuela la puerta de casa con mi camiseta del Cádiz CF metida en una bolsa, estallé de felicidad cuando la saqué y vi con mis propios ojos como, junto al escudo, aparecía escrito el mensaje ‘Para Brooky, con cariño’ con rotulador impermeable. Siempre le estaré agradecido a mi abuela por ello, al igual que también se lo estaré a mi amigo y mentor en el periodismo Pepe Leñero que, tiempo más tarde, en uno de esos pasos más que formaron parte de mi ‘mili’ particular en los medios, me dio la oportunidad de conocerle de cerca a través de una entrevista que nos concedió, cuando el Cádiz CF aún militaba en Primera División. Cercano y simpático. Así lo recuerdo. Así se mostró José Mari el rato que estuvo con nosotros sentado en plató. Sencillo y honesto, pero sobre todo humilde. Muchos antes de empezar a entablar conversación con nosotros. El simple hecho de que aceptara asistir a este encuentro en televisión ya daba muestras de lo que podría incluso considerarse una virtud, más que una característica de la personalidad, que no demasiadas personas atesoran en los tiempos actuales que corren. Sobre todo, cuando se ven envueltas por la fama, y sus agendas se tornan demasiado ajetreadas hasta el punto de qué no conceden el espacio suficiente ni siquiera para hacer una pequeña parada de vez en cuando por el lugar en el que todo comenzó. En el caso de José Mari no hace falta mover demasiadas montañas, para hacer que acuda enseguida a la llamada del pueblo roteño.

Actos solidarios, eventos o festivos. Cualquier momento es bueno para reencontrarse con sus vecinos. Un fin de semana parece el plan perfecto para vibrar con su UD Roteña en el Manuel Bernal Sánchez-Romero. Allí está él un domingo cualquiera, vestido con su camiseta rojilla. Esa que ha llevado siempre en la maleta, a todas partes del mundo, animando a los suyos como uno más. En la derrota, pero también en la victoria, como la vez que se le vio subido a la valla que delimita el campo, celebrando con euforia el gol que marcó Álex Expósito para certificar la clasificación de la Roteña para el play-off de ascenso hace dos temporadas. Un recuerdo que, como tantos otros, siempre permanecerán en la memoria del pueblo roteño, que le ha admirado como un vecino excepcional, pero a la vez como un deportista referente que alcanzó lo más alto a base de humildad. José Mari, después de todo, nunca tuvo el camino allanado hacia la élite. No es el típico caso de hijo de futbolista al que le sirven todo en bandeja de plata prácticamente desde el día de su nacimiento, hasta una carrera en el fútbol. Procedente de una familia humilde de la barriada de San Antonio, debutó de forma tardía en el fútbol profesional, casi a los 22 añios en el filial del Real Murcia, para después fichar por el Real Jaén, donde tuvo que recorrer las calles de la ciudad con el resto de sus compañeros vendiendo papeletas para una rifa como única manera de obtener beneficios, debido a la situación económica tan deficitaria de un equipo en el que llegó a sufrir impagos.

Nunca lo ha tenido fácil, pero terminó alcanzando la cima como capitán de un Cádiz, con el que se identificaba toda la provincia. Un futbolista de la tierra, que representaba a la perfección los valores del equipo amarillo. Un líder nato. Un pilar fundamental en el vestuario, incluso cuando las lesiones le arrastraron hasta el anuncio de su retirada. José Mari será siempre un mito del cadismo. En Rota, al menos, su trascendencia ha marcado una época. Casi sin querer, hizo que en una localidad donde los niños llevaban las camisetas del Barça o el Real Madrid en los patios de los colegios, con los nombres de Messi o de Cristiano Ronaldo a la espalda, ahora muchos luzcan con orgullo la camiseta amarilla del Cádiz CF. Yo, el primero. Con el tiempo también conseguí las firmas de Conan Ledesma y de Chris Ramos, otros dos grandes jugadores que han pasado por el Nuevo Mirandilla. Y, aunque la de José Mari ahora esté algo más gastada o deslucida por el paso del tiempo, para mí siempre será la más especial. La que luce en el centro. En el corazón. El de la humildad; pero también del amor y el cariño hacia el pueblo roteño. Gracias, José Mari.

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