Cádiz amaneció este Viernes Santo sumida en el silencio reverente que impone el día más sobrecogedor del calendario litúrgico. La ciudad se tiñó de luto para acompañar el recuerdo de la muerte de Cristo, y como cada año, fueron los Crucificados quienes tomaron el protagonismo en unas calles entregadas al recogimiento. La jornada estuvo marcada por la emoción de los reencuentros, las novedades en los recorridos y el impecable desarrollo de todas las hermandades que procesionaron.
La primera en abrir el cortejo de la tarde fue la hermandad de la Expiración, que, tras los difíciles meses vividos desde el derrumbe de la cúpula de la iglesia Castrense —aún cerrada—, volvió a procesionar desde su salida provisional. A las 17:15h, el paso cruzaba el dintel ante una multitud expectante. La primera “levantá”, cargada de emoción, la protagonizó la secretaria de la hermandad, Mónica Montero, dedicada a la memoria del florista Daniel Ruso, fallecido recientemente.
Una de las principales novedades del día llegó precisamente con esta cofradía, que este año recuperó su paso por la Alameda, esquiva en la edición anterior por culpa de la lluvia. El cortejo, con capirotes rojos en el tramo del Señor y azules en el de la Virgen de la Victoria, recorrió lugares poco habituales en su itinerario habitual, marcando así un regreso cargado de simbolismo.
A las 18:30h fue el turno de Siete Palabras, que partió desde la Merced buscando aportar un nuevo aire a su paso de misterio, tanto en el tratamiento visual como en el vestuario. La cofradía optó por una puesta en escena renovada, con nuevas gamas cromáticas que aportaban un carácter distinto a su tradicional presencia. El itinerario permitió a los gaditanos reencontrarse con esta hermandad en enclaves emblemáticos del casco histórico, transitando por calles como Jesús de la Sentencia, San Juan de Dios o Marqués de Cádiz antes de adentrarse en la Carrera Oficial.
El Descendimiento llegó más tarde, en torno a las 19:30h, para aportar su propio tono a la noche. Con su salida desde Sagasta, la hermandad ofreció uno de los momentos más esperados del día gracias al impresionante grupo escultórico de Buiza, completado por Luis González Rey. Como estreno, la hermandad presentó dos faroles —obra del taller de Villarreal— que acompañaban al Simpecado y que habían sido realizados en los talleres de Nietos de Juan Fernández. La procesión transitó por enclaves emblemáticos como la plaza del Palillero, Columela o San Francisco antes de incorporarse a la Carrera Oficial.
La jornada concluyó con el broche solemne de la Buena Muerte, una de las hermandades más reconocibles de la Semana Santa gaditana. La talla del Crucificado, una de las joyas de la imaginería andaluza, volvió a estremecer al público bajo un silencio sepulcral. Como es tradición, toda la procesión se desarrolló con el alumbrado público apagado, lo que acentuó el carácter íntimo y sobrecogedor del cortejo. Acompañaban las capillas musicales Calvarium, de Sevilla, en el paso de Cristo, y San Pablo, de Cádiz, junto al palio. El recorrido, breve pero impactante, envolvió de emoción a una ciudad que a esas alturas ya se sabía entregada a la devoción. Volvió por el camino más corto (Cobos y Cristóbal Colon) por precaución, debido a que manejaban partes que daban lluvia para la 01:00h.
Ya en la madrugada del Sábado Santo, Ecce Mater Tua cerró definitivamente un Viernes Santo sin incidentes y con una atmósfera de anhelo cofrade que se mantuvo viva hasta el último instante. Cádiz volvió a demostrar, una vez más, que en sus calles la Pasión se vive con un fervor sereno, pero inquebrantable.