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Hoy es Lunes de Pentecostés, día grande en el calendario cristiano. Los romeros han alcanzado la meta y, con los simpecados en alto, han contemplado —como si el alma se asomara a un espejo— el rostro de la Virgen del Rocío. Es tiempo de acción de gracias, de balance, de preguntas. El año se ha ido tan deprisa como la Virgen ha cruzado el la reja bajo su templete, sembrando su presencia en los caminos.
No soy rociero, al menos no en lo externo. No hago el camino ni piso la aldea. Pero desde esa distancia emocional —y a la vez desde una cercanía espiritual sincera— me pregunto qué queda en el corazón de quienes sí lo viven. ¿Será esta noche para ellos como mi Domingo de Ramos, ese instante soñado que da sentido a todo el año? Ellos encuentran a la Virgen entre el polvo del sendero; yo la descubro en la nube de incienso de una tarde de primavera. Pero es la misma búsqueda, la misma esperanza renovada.
Y aunque no sea rociero, creo profundamente en su forma de rezar andando.
Este año, como el pasado, la Hermandad celebró el acto “Tu luz alumbra mi camino”, en el que cofradías, hermandades y grupos parroquiales ofrecieron velas y oraciones ante el Simpecado. Cada cirio, encendido en el camino y bendecido por don Manuel López, diácono permanente de la parroquia de San José, fue una plegaria viva: luz compartida, signo de continuidad, llama que no se apaga.
Pero no todo ha sido recogimiento. La pelea ocurrida durante el paso de la Hermandad de Triana por Bormujos copó titulares y fue usada en redes sociales para ridiculizar al romero, al creyente, al que camina con fe. La demagogia hizo su trabajo: agrandar la anécdota y olvidar lo esencial.
Y no es justo. No se puede reducir el Rocío a un incidente, como no se puede definir a una persona por su peor error. En la vida, en la política, en el fútbol o en la calle hay conflictos. Pero también hay fe, tradición, eucaristías en mitad del campo, súplicas por los que faltan y ruegos por los que no creen.
El Rocío es más que un acontecimiento religioso o cultural: es un lenguaje del alma, una manera de vivir la fe que se entrega, se canta, se anda. No todos lo entienden. Pero mientras haya alguien que encienda una vela por otro, mientras haya un corazón que camine por alguien que no puede, mientras una oración se cruce con el canto de un tamboril, el camino seguirá teniendo sentido.
Porque lo esencial no hace ruido, pero alumbra y copa el alma.