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En los campos yermos, que presagian un estío duro, surgen, como cada año, esas grandes inflorescencias de las bufanagas, nuestras zanahorias salvajes. Sorprende cómo cientos de minúsculas flores blancas se adocenan para formar una gran pista de aterrizaje para insectos polinizadores, en la que siempre destaca, en su centro, una flor mayor de contrastado color negro. Esta oscurecida flor, en medio de tan nívea planicie, es una readaptación a las necesidades: un faro y gran señuelo para atraer a los necesarios vectores de polinización, que la confunden con congéneres disponibles para la fecundación. Estas humildes umbelas son un prodigio de la selección natural. Desde un mismo punto surgen los radios que soportan a cada una de las florecillas. La planta madre garantiza una igualdad de oportunidades al situarlas todas a un mismo nivel, permitiéndoles, de igual manera, repartir y acoger granos de polen para la producción de simientes.
Junto a un regato cercano crece un canillero. También exhibe unas inflorescencias similares, pero, en este caso, entremezcladas con sus frutos púrpuras, que, a fuerza de ser tan oscuros, parecen negros. Más de cerca se ve que, en el saúco negro, el principio de la igualdad de oportunidades también rige en la asociación de pequeñas flores; pero, a diferencia de la umbela, aquí el esfuerzo es mayor. En el corimbo, los radios florales no surgen de un mismo punto, sino que van escalando progresivamente hacia la cima. Sin embargo, el resultado es el mismo: la construcción de una plataforma para el aterrizaje de polinizadores, otorgando a todas las flores las mismas oportunidades.
Hace más de 200 millones de años aparecieron las primeras flores con grandes centros y muchos órganos reproductivos. Pero pronto la naturaleza prefirió las pequeñas flores en racimos, más eficaces, más resistentes. Fue tal el estallido de formas que Darwin lo llamó “el abominable misterio”.
Bufanagas y canilleros nos recuerdan que, en la naturaleza, muchas veces la clave del éxito está en compartir. Dividir para multiplicar. Repartir espacio y protagonismo. Lo entendieron los botánicos, pero también lo intuyeron los antiguos campesinos que, con sabiduría popular, convertían al saúco en árbol sagrado o medicina de pobres.Porque, como decía Antonio Machado: en cuestiones de vida y muerte, siempre habla primero el campo.