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Moderación, prudencia y mesura

El CGPJ, debería asumir otra virtud, rara en estos días: la humildad

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Se comporta el gobierno de los jueces, como esos curas que exigen moralidad y sacrificio mientras ocultan las miserias de sus propios infiernos. A la opinión libre y legítima, vertida por Pablo Iglesias en defensa de la propuesta de Pedro Sánchez sobre la fiscalía general del Estado, el Consejo General del Poder Judicial, ha respondido rasgándose las vestiduras, haciendo gala de una mandíbula de cristal incapacitada para asumir la más mínima crítica.

El CGPJ ha exigido a Pablo Iglesias, a modo de virtudes cardinales, moderación, prudencia y mesura. Lo ha hecho rápidamente, sin ningún desapego, con la refinada visceralidad de la élite que oculta, a sabiendas, sus propias contradicciones y desgarros, y que no soporta ninguna crítica sobre su forma de obrar.

Ninguna moderación se le exigió al juez Enrique López, cuando afirmó, el 16 de julio de 2004, que “La Ley Integral de Violencia de Género atenta contra el principio de igualdad, ya que resulta discriminatorio para el hombre”. Además de moderación, se le debería haber exigido un test psicológico, para dilucidar hasta qué punto es la idiocia o el sectarismo, en dura competencia, el valor que gobierna los actos de este juez.

Ana Isabel Alonso fue asesinada en marzo de 2014.Tras haber sido degollada, recibió 30 puñaladas. El jurado popular condenó a su asesino a 25 años de prisión. El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía sostuvo ante el estupor de todo el mundo, que no hubo ensañamiento y rebajó la pena en 8 años. Nadie del CGPJ exigió prudencia a esta caterva de inmorales.

Ricardo González, uno de los jueces de “la manada”, cuyo voto fue favorable a la absolución de sus cinco miembros, no tuvo ningún empacho en afirmar, a propósito de lo que sufrió la víctima, que “está claro que no le dolió”. Con todos los avances tecnológicos, es una pena que no se haya inventado algo para que el juez pudiera experimentar en sus carnes lo mismo que la víctima, a fin de saber si ella sufrió. Ninguna recriminación, ni mesura se le pidió a este juez, carente de toda sensibilidad.

Son solo tres ejemplos de falta de moderación, prudencia y mesura de la judicatura española. Apenas una muestra de una actitud profundamente arraigada en la historia de nuestros jueces, y no solo arraigada, sino también heredada, en ocasiones, de padres a hijos. Una muestra, en definitiva, que debe hacernos reflexionar sobre la urgente necesidad de transformar profundamente la justicia española, donde hay grandes juristas que a duras penas soportan la marginalidad a la que son sometidos.

Mientras tanto, el CGPJ, debería asumir otra virtud, rara en estos días: la humildad; porque de lo contrario, el desafecto a este pilar del estado de derecho, hará que muchos se plateen aquello que escribió Bertolt Brecht: “Muchos jueces son incorruptibles, nadie puede inducirlos a hacer justicia”.

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