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El jardín de Bomarzo

La luna del lobo

A estas alturas de nuestra democracia, ¿quién cree que es el gobierno del pueblo?

Publicado: 18/01/2019 ·
10:30
· Actualizado: 18/01/2019 · 10:30
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Bomarzo

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Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado". W Churchill.

A estas alturas de nuestra democracia, ¿quién cree que es el gobierno del pueblo? Se supone que el sistema democrático está todo él orientado a que la opinión mayoritaria de los ciudadanos sea tenida en cuenta por los políticos que por ellos han sido elegidos. La ciudadanía es la jefa suprema del gobernante, que debe ejecutar lo que fue el motivo de recibir sus votos. También se supone que el interés general es la única guía a seguir por el que gobierna y también por los políticos de la oposición. Pero todo esto es pura suposición, casi ficción, pues la realidad es otra.  

Los votos. Dejando claro que no se duda sobre la vocación de servicio público que tienen la mayor parte de los que ejercen la vida pública, sean del partido político que sean, tampoco se duda que la política profesional, o lo que viene siendo que sea el único o el mejor medio de vida de los que consiguen cargos políticos, lleva indefectiblemente a que se superponga sobre el interés general, además de que resulta indudable que el poder atrapa y perderlo duele. Todo esto nos lleva a que por un motivo u otro, o por el conjunto de todos ellos, conseguir los votos del ciudadano es el objetivo de todo partido político y, en especial, de los líderes y candidatos en las distintas elecciones. Porque lo que sí es intrínseco al supuesto gobierno del pueblo es que éste es quien pone o quita a los que gobiernan. Bajo estas premisas, el pilar de la verdadera democracia debería ser la opinión libre del pueblo, basada en  informaciones veraces y objetivas, para que el votante, ante esa mesa llena de montoncitos de papeletas, pueda elegir la del partido que dé respuesta a sus ideas, principios, convicciones, gustos y/o necesidades.  En caso contrario, cuando la manipulación y la mentira se usan sin el menor escrúpulo con el fin de crear estados de opinión proclives a renegar de un gobernante o de un partido político o, también, de votar a quien hace de la mentira su discurso, la mano del votante eligiendo la papeleta se tuerce y la democracia tiembla.

El juego sucio. Es cuando vale todo por conseguir los ansiados y necesarios votos. Cuando la ideología y honestidad ceden ante el interés de alcanzar o conservar el poder y para ello se usa cualquier medio que consiga instalar en la sociedad el estado de opinión que interese al manipulador. La estrategia al uso en el juego sucio político es mentir y manipular para desgastar la imagen del que gobierna y en el caso de que lo que se pretenda sea conservarlo, mentir y manipular sobre las bondades de su propia gestión. En todo esto no es casualidad que en las últimas elecciones de los distintos ámbitos de administraciones públicas  los cambios habidos no obedezcan a la confianza del votante en el que alcanza el gobierno, sino más a las ganas de echar de los sillones al que está. Y es que el pueblo compra mejor los mensajes de crítica de la gestión pública que los relativos a sus bondades. Se es más proclive a pensar que nos miente el que nos vende una buena gestión que pensar que nos engaña el que la critica. Si hay algo fácil es criticar porque siempre todo es mejorable y aún más en lo tocante a lo público. Y esto es tan así que incluso a través de una estrategia perfectamente diseñada contra el que gobierna se puede llegar a conseguir que el pueblo no le vote, aun habiendo llevado a cabo una gestión con una evidente mejora del interés general. 

La mentira, a la velocidad de la luz. Hacer una mal llamada política basada en el juego sucio capta votos, requiere conseguir una buena  comunicación desde este tipo de político al cerebro del ciudadano. Hasta hace pocos años, la única vía posible era los medios de comunicación tradicionales en papel, televisión u ondas de radio. Medios a través de los cuales era difícil construir un ficticio estado de opinión popular, tanto por la seriedad de sus profesionales como porque las distintas líneas editoriales eran claramente diferenciadas y conocidas por todos. Si se leía El País o el ABC se sabía a priori qué tendencia ideológica se estaba consumiendo y el ciudadano libremente elegía. La situación hoy es distinta, confusa con el uso generalizado de internet y con ello la proliferación de medios digitales, blogs, redes sociales, donde incluso el anonimato de comentarios y mensajes campa a sus anchas sin control. Todo ello mostrándose como el mejor aliado para quien ensucia la política y consigue que la mentira se mueva por la sociedad a la velocidad de la luz. 

Sin las redes, difícilmente habría tantos catalanes que están convencidos que el Estado español les roba; sin las redes resultaría complicado conseguir en 24 horas movilizaciones que rechazan sentencias que la mayoría ni ha leído. Con la ayuda de las redes y una campaña perfectamente orquestada se puede conseguir que un gran número de ciudadanos crea que un partido de ultraderecha tiene en su programa revivir la sección femenina con sus clases de cocina y corte y confección o que un partido de la ultra izquierda pretende quitarnos la casa, el coche y hasta el patinete de nuestro hijo. Todo esto actualmente es fácil, demasiado fácil. Como fácil es que un político jugador de lo sucio dirija en la sombra un ejército de personas dedicadas a una estrategia de acoso y derribo del que gobierna, a base de críticas infundadas, memes caricaturizadoras o incluso de fakes news difundidas por blogswhatssapfacebook o twetter y, ante ello, el pueblo está desvalido y la formación de su opinión desprotegida. ¿Cómo pensar que es mentira una noticia o un comentario que durante un sólo día recibimos en veinte whatsaaps o en un tweet compartido por miles de personas? 

Es el abuso de la inocencia e ignorancia del ciudadano que, ajeno al juego sucio político y sumido en sus problemas cotidianos cree, sin más, los mensajes que recibe, sin alcanzar a imaginar que lo que hay detrás es una manipulación para torcer su mano a la hora de elegir el voto. 

Son los aullidos del momento, siempre intencionados para moldear la opinión pública cual deforma arcilla templada, como hacen también estos que rodean al Parlamento de Andalucía arengando el miedo a que viene el lobo, aullidos a veces través de redes para manchar el nombre de adversarios con fotos, videos o cualquier asunto que resulte rentable, aullidos que encuentran acomodo en una sociedad proclive a prestar atención al morbo sin controles de calidad ni castigo posterior cuando aflora la verdad. Aullidos como a esa luna de sangre, también conocida como la luna del lobo, que nos visita este 21 de enero y que teñirá de rojo la noche como la manipulación tiñe de oscuro nuestra débil democracia.

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