Desde muy joven, y quién sabe si por mi absoluta devoción a todo lo creado por
The Beatles y al firme convencimiento de que tras ellos ya no quedaba nada más por inventar en el mundo de la música popular, mantuve un convencido desapego hacia artistas y grupos que, pese a la insistente recomendación de amigos que sabían mucho más que yo sobre música, e incluso manejaban una mayor sensibilidad musical, me provocaban cierta apatía. Entre ellos estaban
Elvis Costello, David Byrne, Lou Reed, Patti Smith, The Who, Pink Floyd o Led Zepellin.
Me siguen aburriendo, y respeto enormemente a quienes los consideran genios imprescindibles, y a quienes me los siguen recomendando -el equivocado soy yo-. En esa lista se encontraba hasta hace poco
David Bowie. El destino, su persistente presencia como música de fondo en las fabulosas novelas de
Alan Parks y el soberbio documental
Moonage daydream firmado por
Brett Morgen, han hecho que cambie por completo mi percepción hacia un artista descomunal del que me siguen interesando más sus letras y sus reflexiones en voz alta que algunos que sus discos, pero que, sin duda, se merecía un filme como éste, a la altura de su legado.
Morgen, especializado en el género documental, y del que había visto la sensacional
El chico que conquistó Hollywood, sobre el productor de cine
Robert Evans, pero no sus trabajos sobre los
Rolling, Jane Godall y, en especial,
Kurt Cobain: Montage of Heck -todos con excelentes críticas-, nos ofrece ahora un trabajo en el que rebosan su afán creativo y el poder magnético de su genial y único protagonista -solo su voz y sus canciones-, del que reconstruye su trayectoria artística y vital a partir de una concepción visual y narrativa que desborda los límites del género, alejándose del gran reportaje, los clichés y el sensacionalismo.
Para ello cuenta con la complicidad de
Tony Visconti, productor de parte de la obra de Bowie, especialmente inspirado en las mezclas de los temas que se van sucediendo, y apoyado en un milimétrico guion, del que también es autor, que es consecuencia de un formidable trabajo de documentación y selección, y de su clarividencia a la hora de retratar al autor de Word on a wing -utilizada aquí en uno de sus momentos culminantes-.