He aquí una película habitada tanto por las contradicciones como por el encanto. He aquí un drama familiar que se salva del estereotipo por su desarmante naturalidad. He aquí una niña tan arrolladora en su inteligencia como aislada en su diferencia. He aquí un hombre unido por lazos de sangre a tres generaciones de mujeres extraordinariamente dotadas.
He aquí la historia de Frank, quien debe hacerse cargo de su sobrina Mary, de 7 años, a la muerte trágica de su hermana, con quien intenta formar un hogar con un adorable gato tuerto, Fred y la ayuda de una solidaria vecina.
Ocurre que la niña ha heredado la inteligencia extraordinaria, el don excepcional al que alude el título, de su progenitora y de su abuela, que se proyecta especialmente en el campo de las matemáticas. Por ello, para que sus aptitudes no se vuelvan contra ella, impidiéndole vivir una infancia normal, le da clases en casa. Pero deberá enfrentarse, enfrentarla al colegio, al mundo exterior y a su propia madre que le disputará su custodia.
Marc Webb, cosecha del 74, dirige esta producción estadounidense de 101 minutos de metraje, con un guión algo irregular de Tom Flynn, una buena fotografía de Stuart Dryburg y una no menos entonada música de Rob Simonsen. Y lo hace de manera tan tramposa como elegante. Tan emotiva como buscando las cosquillas sentimentales. Tan intensa como, a ratos, púdica y delicada.
Lamentablemente, el saldo negativo afecta a unas historias paralelas que no suman, sino que restan. Como el improbable romance del protagonista con la maestra de la niña. O el cargar las tintas de la villanía sobre el personaje de la abuela quien, por el contrario, tendría que haber resultado reivindicada por pertenecer a una generación de amas de casa que no pudieron desarrollar sus potenciales creativos, científicos o intelectuales.
La reflexión sobre la soledad que amenaza a esas criaturas únicas y sobre qué tipo de educación proporcionarles, más aún tratándose de una niña… La reflexión sobre la presunta normalidad como forma de vida o la integración de la excepcionalidad en una sociedad que la mira bajo sospecha, requería bastante más rigor del que ha hecho gala su firmante.
Pero estamos hablando de un producto de entretenimiento. Así que quien esto firma, les asegura que, pese al buen hacer de Chris Evans y Octavia Spencer, merece la pena verla, además de por lo citado, por ese prodigio interpretativo, por esa maravilla que es la arrebatadora actriz de 10 años Mckenna Grace. Y, desde luego, por el gato.