Tradición. Cuantas injusticias y estupideces se han cometido, cometen y cometerán bajo su amparo, como si fuera un cheque en blanco que nos permitiera hacer y deshacer a nuestro antojo. Si así fuera, deberíamos imponer la ablación en nuestros ambulatorios y volver a la trata de esclavos.
A ella se apela para poner las banderas a media asta en todos los acuartelamientos militares, e incluso en el Ministerio de Defensa, como señal de duelo por la muerte de Cristo. No entro en el escozor que me produce este hecho, enfrentado a la aconfesionalidad del Estado, sino en lo contradictorio e hipócrita de este acto.
Fueron militares los que crucificaron a aquel al que le rinden luto, un revolucionario anti-sistema, un perroflauta galileo que se enfrentó a los poderes fácticos de su tiempo, sociales, políticos y religiosos. El que un cuerpo armado le rinda honores me produce escalofríos, me resulta totalmente fuera de lugar y contrario a sus enseñanzas. Por muy tradicional que me lo quieran pintar.
Sobre todo, cuando los actos de quienes dependen estas medidas no son más que nuevos azotes en sus espaldas. Porque cada concertina, cada niño muerto en nuestras orillas, cada repatriación en caliente es un nuevo martillazo sobre los clavos que lo crucificaron.
Destila hipocresía tanto duelo impostado cuando usan la fuerza para echar a una anciana de su casa, en cada ocasión en que un abuelo muere abrasado por no tener con que pagar la luz y se alumbra con velas. Empuñan la lanza de Longinos y aprietan con fuerza cada vez que gastan un euro en más armas, y dejan tirados a tantas familias con enfermos a su cargo sin la más mínima ayuda o protección.
No hay incienso suficiente para tapar el mal olor que desprende que con una mano bajen una bandera y con la otra favorezcan al rico quitándoselo al pobre, recortando en su salud y en su educación, empujando a nuestros jóvenes más allá de nuestras fronteras, desangrándonos con cada uno de ellos.
Déjense de lutos y banderas; olviden los honores para quien no los quiso. Enfunden las espadas, descarguen los fusiles y guárdenlos. Porque no hay que ser creyente para ser buena persona, porque ser cristiano no tiene que ver con enemigos, sino con prójimos.