Todos venimos de ellos, y nos igualan en lo que respecta a nuestra llegada a este mundo, recibidos a guantazos. Sin embargo, no son todos iguales. Y no me refiero a cuestiones estéticas.
Unos da a luz a pequeños infantes con prebendas y beneficios desde el primer llanto, niños que nacen con la estrella de poder decir y hacer lo que les plazca, para los que la Justicia lleva venda en los ojos, mordaza y esposas. Podrán amenazar a países, jefas de estado, jueces extranjeros y políticos contrarios a sus opiniones. Otros traerán a este mundo a titiriteros, cómicos irreverentes, actores que se cagan en lo divino y lo humano, gente de mal vivir y peor pensar, peligrosos individuos para la sociedad.
De algunos surgen seres especiales que dan lecciones sobre las virtudes del sacrificio y el trabajo, aunque no sepan lo que es el sudor, aparte del que exudan en sus saunas y gimnasios, personas a las que la vida y las amistades les regalan lo que sea necesario para seguir distinguiéndose del resto de los vulgares humanos que se tienen que trabajar cada paso, cada pequeño escalón, cada ascenso.
Partimos desde el mismo lugar, aunque no empezamos en la misma casilla de salida. En esta partida de Monopoly que es la vida, los habrá repletos de tales bendiciones que jamás visitarán la casilla de la cárcel, y jugarán con dados cargados que siempre premian con el seis; mientras tanto, el resto verán coartadas sus libertades, sea cual sea su índole, viviendo entre la espada y la pared desde el momento en que abren la boca para protestar, aguantando el insulto continuo por su manera de pensar. O simplemente por el hecho de hacerlo.
Cada día se me hace más difícil no comprarme un pito, no vomitar ante algunas portadas, al oír según qué declaraciones. Se me hace muy cuesta arriba seguir manteniendo la esperanza en un mañana en el que no importe cual sea el coño del que provenimos, pues todos seremos iguales desde el primer día hasta el último. Y lo que lo hace tan rematadamente difícil, complicado rallando lo imposible, es este puñetero país. Porque, lo queramos o no, es el coño de la Bernarda.