Las usamos para expresarnos en cada momento de nuestras vidas, e incluso cuando pensamos las oímos resonar en nuestras cabezas. Por eso son tan importantes y valiosas, y no deben ser usadas a la ligera.
Llamar manada a un grupo de sacos de inmundicia que se reúnen para dar rienda suelta a sus instintos más básicos avergüenza a los lobos, mucho más humanos en sus actos y en su comportamiento. De la misma manera que aplicar una definición sesgada de la palabra violencia resulta, cuando menos, de cortedad de miras y de una gravísima miopía.
El hecho de que más de novecientas mujeres hayan sido asesinadas en los últimos quince años nos debería escandalizar, de la misma manera que lo hacíamos ante actos terroristas. Sin embargo, no se aplica ni el mismo rasero a la hora de juzgarlos, ni se ponen los mismos medios al servicio de la erradicación del problema.
No puedo alcanzar a entender que una bronca en un bar pueda acabar con condenas por terrorismo, mientras que no se vea violencia en el hecho de que una mujer sea violada por un rebaño de salvajes, sino simplemente abuso. No comprendo la falta de empatía hacia una mujer rodeada por cinco que se hacen llamar hombres, cuya complexión física ya resultaría intimidatoria para cualquiera.
No me entra en la cabeza que se le exija a una mujer que tenga que luchar por su vida para que entendamos la existencia de violencia, que un menor de cinco años tenga que pelear ante un adulto, que se le pregunte a una mujer violada si cerró bien fuerte las piernas. Las neuronas no me dan para comprender que sea la víctima la que tenga que justificar sus actos, y no los violadores. Y menos aún entiendo esa rabieta judicial ante las críticas, como si sus decisiones estuvieran por encima del bien y del mal. Si puedo valorar el trabajo de un médico, de un delantero centro o el de un presidente del gobierno, también puedo opinar sobre sus decisiones.
Suerte han tenido estos medio hombres; suerte de no llevar prendas amarillas, ni lazos en la solapa, de no violar rapeando, ni de llevar títeres en las pezuñas. Midamos las palabras, y no llamemos manada a lo que se merece ser recordado como una infección. Que la educación sea medicina preventiva, y la ley su antibiótico.