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El pobrecito hablador

Perdón, culpa, pena

Porque la impunidad es la madre del cordero; la inviolabilidad, el aforamiento, esa sensación de que no pasa nada, que con el y tú más todo queda zanjado

Publicado: 30/10/2018 ·
09:51
· Actualizado: 30/10/2018 · 09:51
  • Rato en su llegada a la cárcel. -
Autor

Francisco Palacios

Palacios es matemático y programador. Publicó su único libro hace ya unos años y sigue siendo el autor más leído de su calle

El pobrecito hablador

Escribo sobre lo que me gusta, pero sobre todo sobre lo que me disgusta, como un grito desesperado para no ganarme una úlcera

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Un impresentable grita como lo que es a una mujer de color por estar sentada a su lado en el avión. La increpa, la insulta, ante el silencio del resto del pasaje, excepción de dos personas. Luego pide perdón, estaba nervioso. Un rey abochorna a un país con sus cacerías en los momentos más duros de la crisis. Pide perdón, promete no volver a hacerlo. De devolver el dinero gastado en esa “función de representante del Estado”, nunca se habló. El adalid de la nueva economía, la figura más deslumbrante de la política patria de los últimos años pide perdón con voz temblona ante las cámaras, momentos antes de cruzar la verja que le separa de su celda. Tampoco dice nada de devolver ni un céntimo de lo defraudado.

Quizás nuestra formación judeo-cristiana nos hace pensar que, con pedir perdón, las culpas quedan redimidas, que en la otra vida pagaremos nuestros pecados de avaricia, lujuria y exceso. Lo siento mucho, no volverá a pasar, y pelillos a la mar. Pero nos equivocamos.

Porque la impunidad es la madre del cordero; la inviolabilidad, el aforamiento, esa sensación de que no pasa nada, que con el y tú más todo queda zanjado, hace que cualquiera se crea con el derecho de meter la mano en la bolsa, de retorcer la ley para defender intereses bastardos, de anteponer el mercado al ciudadano.

Como no pasa nada, el primer estúpido al que se lo pone un micro delante de las fauces insulta, ningunea a un pueblo, vomita su falsa superioridad hablando de acentos, mojitos y niños de diez años. Porque no pasa nada.

En algunos casos, debería ser la ley la que se encargara de poner a cada cual en su sitio, allá donde la moral no llega. Si se obligara a devolver hasta el último céntimo, a reponer lo robado, nadie se atrevería a coger ni un clip que no fuera suyo.

En otros, es el ciudadano el que debe encargarse de hacer asumir la pena, de cobrar las responsabilidades de los que rebuznan sus burdas opiniones supremacistas, de los que insultan la inteligencia de quien los oye. Donde no llega la ley, llega el voto, el ejercicio de asunción de la culpa ante las urnas. Podemos perdonar, pero no olvidar. La memoria es otra forma de hacer justicia. Es ciega, pero debería acordarse de todo.

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