La barriada José Antonio languidece y se demacra a pasos agigantados, dejando entrever su decrépita estampa y su fracaso absoluto en las políticas llevadas a cabo por la Administración Pública, en una zona que acogió a trabajadores y personas de bien que, obligados por las circunstancias, debieron marchar.
Casi setenta años después, al parecer, su demolición está más cerca de ser una realidad, una cuestión que no soluciona un problema, ni un asunto con el que se debe prevenir antes de que tome los mismos derroteros con los que se ha movido “la barriada del Cementerio”.
Droga, paro e infravivienda no son los mejores elementos para una combinación tan peligrosa como la que ha resultado ser ésta en las últimas décadas.
Nuevamente la responsabilidad política debe jugar su papel fundamental y crucial. Mientras se dignifica una zona deprimente, se alienta, tal y como se publicó en estas mismas páginas, la gratuidad de unas viviendas, bien ocupadas ilegalmente o de propiedad municipal.
El adiós a la barriada de José Antonio hay que tomarlo como un paso dado, al fin, y una historia demasiado fresca como para que la barriada de Los Milagros o la propia zona de Santa Clara se conviertan en el relevo de un foco de delincuencia y degradación que ha costado vidas y muchos millones de euros para volver a equivocarse otra vez.