No habrá confinamiento domiciliario. El presidente del Gobierno se niega a transitar de nuevo el camino que ya se recorrió en marzo, abril y mayo y del que tuvo que desistir, tras la caída de los índices de afectados por el virus, por la oposición política a continuar ni un minuto más con ningún grado del Estado de Alarma. Como resultado vino la felicidad y…el despendole y la irresponsabilidad. El verano -sin normas restrictivas- ha sido la madre de la segunda ola en la que estamos. No se hizo una desescalada paso a paso, sino abrupta, y se preparó el susto en el que nos hallamos.
El Gobierno -vía Congreso de los Diputados- ha traspasado el timón de mando a los presidentes de las comunidades autónomas. Ahí estamos. Ayer comenzó una nueva etapa de duras restricciones al comercio y la hostelería, se ha acotado el municipio como único núcleo de vida ciudadana, aunque exclusivamente diurna, y el cierre de Andalucía ha continuado. Ya se ha perdido el entusiasmo y han desaparecido los aplausos públicos a los sanitarios. El rechazo social a los que se saltan las normas ha crecido de forma exponencial a medida que se van conociendo las fiestas ilegales y demás saraos de contagio masivo.
¿Qué está fallando? Independientemente de las críticas al funcionamiento de los sobrepasados servicios sanitarios, de la ausencia de seguimiento de los contagiados, de la falta de rastreadores y de la no obligatoriedad de la descarga de la aplicación móvil del Radar Covid ha fallado estrepitosamente la educación ciudadana, sobre todo en los jóvenes. Ahora bien ¿qué sentido tienen los rigurosos protocolos para obtener una cita en la administración si el transporte público va atiborrado de usuarios? ¿Los funcionarios docentes son de otra pasta? ¿Y el teletrabajo?
Mientras que en los países de Oriente lejano, fuente de la pandemia, ésta casi se ha extinguido, sin la vacuna, en Occidente parece que no habrá control de la misma hasta que no esté extendida la aplicación de los millones de dosis de la vacuna antivirus. Hay un problema cultural de fondo. La reclamación de libertad parta contagiarse, que ha concentrado a decenas de miles de personas en las capitales europeas y norteamericanas, es sencillamente repugnante. Esa reacción es impensable en sociedades con un mínimo sentido de comunidad y de disciplina responsable.
