Estados Unidos cambia el color de la historia, no sólo de la suya, muchas décadas después de lo que se esperaba, sino la de todo el mundo. Como estaba pronosticado, el candidato demócrata Barack Obama, el primer hombre afroamericano que accede a la Casa Blanca después de superar con gran holgura al candidato republicano a la presidencia en las elecciones del pasado martes, será el presidente número 44 y el que tendrá que tomar medidas diferentes para refundar el sistema capitalista o de libre mercado, cuyos defectos han ido minando la confianza y ha provocado una crisis financiera mundial sin precedentes. Mucho se ha hablado de sus planes de futuro o de su capacidad para superar la situación económica por la que atraviesa su país y, por ende, gran parte del mundo occidental, con una masa cada vez más creciente de parados, con bancos que se niegan a dar créditos para amarrar sus beneficios y economías prácticamente paralizadas o en franca recesión, pero desde luego sólo él, con sus aires nuevos de políticas sociales, de inspiración interracial y de tendencia izquierdista, puedan dar el giro que la economía americana -y aunque moleste, internacional- necesitan en estos momentos. Con un sistema económico acabado por el mal uso que de él se ha hecho, son necesarias fórmulas que lo redefinan para poder reconstruirlo de manera más sólida y eficaz, más solidaria y duradera. No es posible conocer a fondo cómo actuará una vez llegue a la Casa Blanca, pero desde luego no se puede dudar de que Obama ha llegado en el momento adecuado, cuando más se le necesitaba. Sus palabras grandilocuentes de “voy a cambiar el mundo” toman con él en la presidencia de los Estados Unidos un viso de realidad. A lo mejor ahora sí pueden, a lo mejor entre todos sí podemos. Y al menos quedará el consuelo de olvidar a quien ahora se va, uno de los peores presidentes americanos.