Pero el verano no sabe de estas cosas: con su cálido abrazo convierte las playas en balcones y miradores
El horizonte se dibuja altivo mientras la ciudad se despereza. Fluye el tráfico y, a media mañana, los espetos chisporrotean en una barca cualquiera del litoral. El calor abrasa las aceras y los turistas toman las calles con la determinación de quien maneja el tiempo libre como si fuera un tirano. Málaga se repone del palo hercúleo que significa no organizar la Exposición Internacional del 2027, mientras algunos malagueños se alegran y otros, más tristes, se preguntan por las inversiones que ya no vendrán. La maquinaria municipal comienza a funcionar y muchos se preguntan qué herencia dejará ese evento tan deseado como temido. ¿Conservará Málaga el anhelo de seguir creciendo en la senda de la sostenibilidad? Hay tantas incógnitas como certezas, pero ya saben que, tras la fallida capitalidad cultural europea de 2016, la inercia institucional hizo que Málaga creciera en oferta cultural. Lo que no sabemos es cuándo se abordará un debate serio en la capital sobre la incidencia de las viviendas turísticas, aunque los tribunales, antes que las administraciones, comienzan a perfilar una jurisprudencia menor que podría dar muchas respuestas a los alcaldes. La vivienda es ya, claro, una preocupación capital para los jóvenes, y el agua se convierte en un bien escaso que necesita, entre otras cosas, de una gestión inteligente y de una política de inversiones bien orientada. Pero el verano no sabe de estas cosas: con su cálido abrazo convierte las playas en balcones y miradores, los atardeceres nos reconcilian con aquello que somos y la cerveza calma nuestras ansias de guerra. Málaga es una ciudad engañosa, ahora de moda en los medios nacionales e internacionales, pero que necesita redefinirse en los albores de la nueva centuria que, a lomos de la tecnología y la banalización de la política, tanta huella habrá de dejarnos a las generaciones a las que ahora nos toca construir ciudad, cada una desde su nicho. Las obras del tejado de la Catedral comienzan con sordina y ya se busca una solución a la iglesia del Sagrario, partida literalmente por la mitad debido a los temblores de tierra y a los siglos, que, al fin y al cabo, vienen a ser lo mismo. Pasear junto a tan magno edificio aún es un placer para los sentidos en cualquiera de esas tardes en las que el cielo anaranjado amenaza con ofrecer un espectáculo para los sentidos. Ya es verano en Málaga. Disfrútenlo.