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Cuando el fuego hace que la pandemia sea lo de menos

Unos 800 inmigrantes sufren desde el viernes las consecuencias de un incendio que se llevó en minutos más de tres hectáreas de chabolas en Palos de la Frontera

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  • Desolación en el asentamiento de Palos tras el fuego. -

Cuando llamas al teléfono de Muhammad, un sierraleonés de 21 años, suena la canción ‘Resistiré’, del Dúo Dinámico, toda una alegoría a lo que tanto él como unos 800 inmigrantes más están sufriendo desde que este viernes el fuego se llevase en minutos más de tres hectáreas de chabolas en Palos de la Frontera (Huelva).

Muhammad habla y escribe un español más que correcto, y no tiene problema alguno en servir de guía por el campamento, mostrando tanto la zona incendiada como la que sigue en pie, donde está su chabola, de la que salieron "corriendo a las seis de la mañana, cuando todo el mundo gritó que había fuego, pero afortunadamente no llegó a esta zona”.



De hecho su chabola está a menos de 20 metros de la zona arrasada por las llamas, por la que se ve este domingo a gente acarreando palets, sillas, mesas, cartones o plásticos, todo lo necesario para que, cuando el tiempo lo permita, las “casas” vuelvan a estar en pie.

La historia de este chico llama la atención por muchas cosas, pero sobre todo por la frialdad con la que recuerda que cruzó casi 4.500 kilómetros a pie hasta llegar al norte de Marruecos, donde por 2.500 euros le permitieron embarcarse en una patera y llegar a España, donde le dijeron que todo le iría mejor, "donde pensaba que tendría oportunidades”.

Y no le ha ido mal, comparado con otras personas que viven en el campamento, porque cuando llegó a Málaga fue acogido en un centro de protección de menores de la Junta, desde el que se gestionó que fuese escolarizado, se sacó la ESO y comenzó a formarse como cocinero, lo que convirtió en su profesión hasta que la pandemia golpeó a la hostelería.

Lo cuenta todo sin esconder datos, pero sí esconde su cara, ya que su familia en Sierra Leona vive “engañada”, pensando que habita una casa y que no vive en mitad de un campo expuesto a la lluvia y el frío en invierno y a las olas de calor en verano.

Mientras enseña la chabola en la que vive, que han dotado de unas pequeñas placas solares para tener la mínima energía para cargar los móviles, explica la mala suerte que ha tenido al pagar una tasa de renovación de documentación que le costaba 18,92 euros, “pero no puse la coma, y terminé pagando 1.892”, con lo que se quedó sin sus ahorros, y decidió, mientras gestiona que se lo devuelvan, irse a Palos de la Frontera para probar suerte en la recogida de la fresa.

“El asunto está muy mal, y ni siquiera yo, que tengo papeles y la documentación original, estoy teniendo suerte”, explica, al tiempo que un compañero de chabola senegalés critica que “la prensa viene mucho por aquí, pero no arregla nada”, y una mujer guineana comparte reflexión sin llegar, entre todos, a encontrar una solución al problema que viven desde hace más de diez años.

Para intentar paliar su situación, al menos en sus necesidades básicas, organizaciones como Cruz Roja trabajan todo el año a pie de campamentos, como pone sobre la mesa Rocío Pichardo responsable del área de Migraciones de esta ONG, que señala que cuentan con un protocolo de emergencia “que se activa cuando pasa algo así, y tras una primera evaluación llega un dispositivo con la ayuda urgente”.

Hasta hace años, eran ayudas puntuales en momentos concretos del año, pero ahora “hay campamentos todo el año, y la gente se va moviendo entre las campañas agrícolas”, lo que provoca un esfuerzo de la organización y al tiempo un desgaste mental de la gente que trabaja codo a codo con gente que tiene sin cubrir las necesidades básicas de una persona.

“Los voluntarios atienden en situaciones de emergencia ,y trabajamos mucho el desahogo emocional cuando trabajamos con colectivos vulnerables que están en una situación tan precaria”, explica.

La vida sigue en el campamento a pesar del fuego, con un olor a quemado que la lluvia de este domingo casi ha intensificado, y con un trasiego de gente intentando volver a la normalidad que augura que en menos de una semana las chabolas estarán levantadas de nuevo.

De forma paralela, los inmigrantes salen a diario a buscar trabajo, y si no hay suerte se irán a Lleida a recoger fideos, a la vendimia a Jaén o a donde puedan tener en el bolsillo algunos euros, que, como le ocurre a Muhammad, pueda suponer que, por el cambio de moneda, sirvan para que su familia subsista varios meses en su país. 

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