No está de más recordar la lírica expresionista de trazo corto de Manuel Lombardo Duro, (Jaén, 1944), referente poético en Jaén, tanto por su visión insurrecta ante la lírica canónica, por una parte, como por un una reinterpretación de su propio canto cuestionando insistentemente el anquilosado discurso en el que la poesía se ha instalado.
Compone su lírica una denuncia ante el pacto social establecido por los poderes fácticos, primero, en la dictadura, y después, en la transición; así como en este periodo democrático que ha demostrado que la manipulación de la masa social es un capítulo aparte.
Es ahí donde irrumpe el aparato ideológico del poeta para denunciar esa apariencia de felicidad con objetos que rodea nuestra más odiosa banalidad consumista. Discurso el de Lombardo que, también escapaba de la reinterpretación popular y folclórica en donde se había colocado a la poesía de la Andalucía periférica a finales del franquismo.
Enemigo de los tecnicismos verbalistas desde su poesía de pase corto, así como de los fuegos artificiales que, a nada conducen, y que tanto defienden actualmente la estética del vacío o de lo puramente sentimental; es su poesía de carácter antirromántico, alejada de la métrica o de los encorsetamientos que priman la forma, al contenido. Su poesía, como pocas, es de una honda reflexión, de hecho, surge de la cercanía al ejercicio filosófico, de la depuración verbal que fructifica en dicho, en dardo certero, a lo Mairena, centrifuga lo analítico y lo convierte en síntesis poética: “Hablar es mentir. / Vivir: multiplicar la muerte, […] Tenga la bondad de callarse / de vez en cuando, por favor”.//
Destaca en su hacer una predilección por aquello que los cursis han llamado la “estética del silencio”, porque, en el fondo, Lombardo no se engaña, y sabe de la paradoja creativa: su obra traiciona su propio discurso cuando se escribe, es consciente de que toda verbalización es un engaño, por ello, domina el silencio en sus versos y lo refleja en los espacios de sus poemas, como esa partitura mal anotada que siempre es el poema en su estilo breve, casi aforístico, jaikunesco, antes de estar tan de moda.
La multiplicidad de lenguajes en su obra, la variedad de los temas en su lírica, desde el poema irreverente a la influencia surrealista, el camino a la síntesis poética y la preocupación por el mundo y el hombre, convierten su obra en un referente estético.
Las piezas de Lombardo invitan a la cercanía por esa extraña música no oída, pocas veces planteada, ahí reside su originalidad expresiva, su morfología discursiva de trazo corto; realismo posvanguardista que plantea la herida del hombre en la sociedad posindustrial, que carece ya de discursos coherentes y representativos, como viene pasando en buena parte de los últimos doscientos años, desde el último Romanticismo que clamaba libertad, frente a los incipientes embates de una industrialización mecanicista donde el arte ya solo tenía una influencia liminal, y de la que, en buena medida, Lombardo es heredero, de esa actitud heterodoxa, consigue que la visión del lector se halle dentro del mismo texto a la manera de Mark Rothko, pintor por el que siente Lombardo predilección.
“Nada espero de la escritura, / y, sin embargo, he optado por escribir. / Escribir, hablar, / quizá sea siempre equivocarse. […] Escribiré hasta que reciba / alguna hermosa carta del silencio.//”