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Viernes 19/04/2024  

Lo que queda del día

Un nuevo curso, la misma inquietud

A este paso, conoceremos antes el próximo equipo de Messi que los planes de cada comunidad autónoma para abrir los colegios.         

  • Las aulas aguardan a los alumnos -

“Toda la sociedad se asienta sobre estos cuatro pilares, pensó, la ignorancia, la desidia, la injusticia y la insensatez”. La ciudad de los prodigios, Eduardo Mendoza

 

Como cada año por estas fechas, la nueva oferta de coleccionables se encarga de ponernos en alerta: el mes de agosto llega a su fin. Es el mejor aviso ante la falta de anuncios de grandes superficies con motivo del inicio del curso escolar, ya que, a este paso, conoceremos antes el próximo equipo de Messi que los planes de cada comunidad autónoma para abrir los colegios.           

Lo de los coleccionables se mueve muchas veces entre lo insólito y lo exótico, de ahí que incluso conmueva encontrar a quien sigue apostando por rescatar del olvido las grandes novelas de aventuras; es decir, todo lo previo a Harry Potter. Cada título supone una inyección de melancolía y una sobredosis de esperanza. Puede que no todo esté perdido si por cada media hora de conexión a tik tok haya quien acierte en dedicar otra media a Stevenson, Verne o Salgari, como si la lectura de cada página fuese una reivindicación: el problema no son los hijos, son los padres y demás adultos, a quienes ahora se dedican spots en los que se les invita a comprar en tal supermercado porque sus productos proceden de granjas en las que se garantiza el “bienestar animal” -como si contribuyeran a saciar nuestro apetito después de una vida de placeres-, y en las que incluso las gallinas viven en libertad, momento que deben aprovechar para robarles los huevos.

Aún sin salir del asombro, compruebo que otra gran superficie dedica su nuevo anuncio a resaltar su apuesta por la sostenibilidad y una empresa de mensajería a glosar la realización profesional de uno de sus empleados. De aquí a que sustituyan en sus escaparates los productos que venden por mensajes de Mr. Wonderful dista la capacidad neuronal de un motivado diseñador de publicidad convencido de que las marcas ya no se vinculan hoy a la calidad de unos vaqueros o a la eficacia en el servicio, sino a su status dentro de un mundo feliz, aunque plagado de cerebros vacíos.

Pienso ahora en esos abnegados padres o abuelos que en estos días siguen poniendo en manos de sus pequeños La isla del tesoro, Los contrabandistas de Moonfleet, Las aventuras de Sherlock Holmes, El último mohicano, La cartuja de Parma, Scaramouche, La vuelta al mundo en 80 días o Los tres mosqueteros, como quien deposita en ellos un legado irrenunciable que hubieran de proteger con su propia vida, a la espera de que llegue el momento adecuado de abrir sus páginas, porque siempre son los libros los que salen a tu encuentro.

Me ha ocurrido este verano con La ciudad de los prodigios, que llevaba 32 años de paciente espera en una estantería, como el amante que aguarda intacto un reencuentro imposible. Me lo regaló un amigo de mi padre cuya fe en mi afición por la lectura estaba muy por encima de mi predisposición, entregada por entonces a los ritmos de los Smiths y no tanto al revisionismo histórico que Eduardo Mendoza hace de la ciudad de Barcelona en torno a casi cuarenta años -entre 1887 y 1929- a través de la vida de Onofre Bouvila y los acontecimientos y personajes que le rodean durante 500 páginas apasionantes e instructivas, que parecen cobrar un renovado sentido a partir de ciertos e inevitables paralelismos que pueden establecerse con la crisis soberanista de los últimos años.

Mendoza relata y enumera las afrentas realizadas a Cataluña desde hace más de doscientos años por Madrid -como sinónimo de España-, pero con su descripción de las aspiraciones independentistas de los líderes de la causa nacionalista pone en evidencia una especie de nulidad casi genética entre ellos, ya sea por su afán por quedar en ridículo como por los dudosos apoyos recabados en el exterior, como si el paso del tiempo solo viniera a reafirmar nuestra inviolable capacidad para seguir cometiendo los mismos errores y, por supuesto, acentuar nuestras propias inquietudes ante lo que nos aguarda de un día para otro, de un curso para otro, como ahora mismo.  

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