Hemos hablado tanto de la Navidad en este año que se nos ha pasado el tiempo, y ahora que estamos inmersos en ella, no somos conscientes de la importancia que tiene dicha celebración tras los largos meses de aislamiento social. En pocos días tendremos que sentarnos a una mesa con ausencias importantes en nuestras vidas, sin mascarillas y a una corta e inusual distancia. Nada será lo mismo que el pasado diciembre y tendremos esa sensación de inestabilidad e inseguridad a lo largo de toda la velada.
La Covid-19 ha cambiado nuestra forma de vivir, de comportarnos, de sentir y hasta de ser. Ha logrado crear distancia entre nosotros mismos y nos está avocando a un miedo social muy real que marcará los patrones de conductas de toda una generación. Nuestra civilización ya contaba con esa soledad entre los ciudadanos sin necesidad de la pandemia, a pesar de estar rodeados de gente. Ya muchos se sentían solos y casi olvidados sin dicho virus, perdidos entre el gentío y/o rechazados u olvidados entre la muchedumbre. Muchos vivían ese aislamiento, se sentían solos y estaban solos, abandonados y olvidados. El mundo en general estaba, y contra natura, empeñado en aislarse física y emocionalmente de sus coetáneos, librando sus propias y particulares batallas, viviendo tras una pantalla y alejando a sus seres más queridos de su círculo relacional.
La pandemia curiosamente nos ha hecho tomar una mayor conciencia de ello y poner en valor el poder de la familia y de los amigos. Ha fomentado valores casi olvidados en nuestra civilización: unión, cooperación, solidaridad, compasión, respeto, etc. Seguramente, tras el coronavirus, tendremos secuelas importantes que solventar y espero que esta Navidad, en nuestras respectivas mesas, no olvidemos la verdadera razón por la que elegimos cenar con nuestros seres queridos y valorar la importancia que verdaderamente tiene convivir con los demás. Feliz Navidad.