Ante las adversidades es cuando sale a relucir lo mejor o peor de la actitud humana, es cuando se conocen a las verdaderas personas. Hace pocos días salió ardiendo una floristería en la calle Artesanos, destrozando el negocio de una familia que “se rompió” a su llegada al establecimiento, observando cómo el fruto de su esfuerzo quedaba reducido a cenizas. Fueron unos momentos duros que observé a pocos metros de distancia, mientras bomberos y autoridades intentaban tranquilizar y evitar que la rabia y el dolor del dueño le hicieran actuar de forma impulsiva a golpe de gritos y un llanto que nos desgarró a todos cuantos observábamos aquella injusta situación.
Aquella imagen me rondó durante un largo periodo de tiempo y fue difícil alejarla de mi mente. A los pocos días observo en los distintos establecimientos de la zona, por la que suelo pasar habitualmente, huchas en la que se recogen donativos para los afectados de dicha floristería, para así minimizar las enormes pérdidas que el fuego ocasionó a sus propietarios, una iniciativa que parte de los propios vecinos o empresarios que regentan establecimientos colindantes. Esta actitud de cooperación y solidaridad me ha marcado bastante y es digna de considerar, sobre todo ante la situación de inestabilidad que estamos sufriendo con la inquietante pandemia, en la que todos, de una u otra manera, estamos viviendo experiencias nuevas y de inseguridad, en las que ciudadanos siguen dando ejemplo de esa empatía tan necesaria en estos momentos de incertidumbre.
Particularmente, me emociona comprobar que aún existe esa solidaridad que a veces parece perdida y olvidada. Hoy mis palabras denotan admiración por esa calle Artesanos de Huelva, por sus vecinos y establecimientos, que han dejado en esta ciudad el mejor de los regalos. Hechos como los relatados deberían ser premiados y valorados como modelos referenciales, fomentando así las relaciones y potenciando la buena actitud, que no siempre brilla en una sociedad que peca más de egoísmo e individualismo.