Hablar de Huelva es hablar de sus cabezos, que llevan coronando esta ciudad desde su nacimiento. Se podría decir que sin ellos esta ciudad no hubiese sido asentada, siendo estos los protectores que han marcado la historia de la actual Huelva, a pesar del olvido al que han estado sometidos sin que se observen cambios para su protección.  

Durante las últimas décadas los representativos cabezos han sido expoliados y desconsiderados como monumentos naturales que engrandecen la ciudad, obviando esa visión tan particular que ofrecen y prostituyendo esa esencia por talones en blanco al servicio del ladrillo que insisten en disfrazarlos de cemento, perdiendo esa imagen que tanto Ha caracterizado a Huelva a lo largo de toda su historia.

Observando los cabezos uno no logra entender la dejadez a la que siguen sometidos y no es comprensible que los onubenses se despreocupen del horrendo despropósito que se pretende con nuestra seña de identidad. No voy a hablar de la historia que encierra o de los yacimientos encontrados en los distintos cabezos, que aún requieren de estudios minuciosos importantes para seguir despertando parte de nuestra historia, pero sí expondré la indignación latente por ciertos sectores de la ciudadanía que son conscientes de la importancia que tienen estos espacios en nuestra ciudad.

Parte de estos enormes desniveles ya han sido devastados y reconvertidos y muchos otros seguirán ese triste destino según el Plan General de Ordenación Urbana de 1999. Me niego a perder los cabezos de Huelva, me niego a cambiar la imagen de esta ciudad por caprichos de quienes nos gobiernan, que siguen mirando de nuevo hacia un futuro en el que nuestro pasado queda olvidado, haciendo oídos sordos a las distintas peticiones de ayuda que año tras años las diferentes plataformas a favor de nuestros cabezos piden, esperando que esta tierra dormida se levante de una vez y defienda los mejores atardeceres que ninguna ciudad podrá jamás tener.