Su segunda casa fue prácticamente el colegio de La Salle de la calle Real y eso a pesar de que entonces no había niñas en el alumnado: pero los hijos de socios, de hermanos de la cofradía, tenían entre aquellas paredes un pase franco para respirar desde pequeños todo lo que cocía en ese centro. Porque La Salle, en aquellos tiempos de la niñez de Mayte Rodríguez Labandón, era un baluarte de la cultura, amén de su labor docente que ha marcado a gran parte de la sociedad isleña.
Era capaz de meterse en las aulas donde se desarrollaban actividades extraescolares y e incluso convertirse en una especie de mascota del grupo musical de aquellos tiempos y del que -¡quién lo iba a decir!- luego fue vocalista. Llevaba y lleva la música en las venas y la canción en el alma y así fue transcurriendo una vida en sus primeros años que ella recuerda como receptora del legado de sus padres.
O explicado de otra forma, la intensa actividad social y cultural de sus progenitores hizo que esos niños se enriquecieran –no sólo ella, sino todos los que estaban en las mismas circunstancias- con un legado que ahora siguen mostrando y entregando a la sociedad: dándolo todo por los demás aunque los demás te la devuelvan de mala manera, enseñanza directa de quien fue su padre, Joaquín Rodríguez Royo, El Maño.
Participó en obras de teatro, en zarzuelas como parte del coro, fue reina de la Semana Cultural de La Salle, que inició su padre y que se convirtió en el principal acontecimiento cultural que daba paso al otoño de San Fernando y por la que pasaron destacadísimas personalidades de las letras, de las artes y de las ciencias.
Terminó “como terminó” y La Isla quedó huérfana de ese hito cultural, pero también se produjo la eclosión de la cultura en las barriadas, multiplicándose las semanas culturales y teniendo la mayor parte de ellas a Mayte Rodríguez Labandón como colaboradora, con su presencia en donde ha estado siempre, en el meollo de la actividad cultural y festiva de San Fernando.
Y es que ser hija de El Maño marca. Y de Carmen Labandón, La Maña, como le decían a su madre en La Salle, mujer que hacía cumplir el dicho de que tras un gran hombre siempre hay una gran mujer, aunque en este caso se podría decir en ambos sentidos.
Gracias a la afición fotográfica de Joaquín Rodríguez Royo, no faltan fotografías que ilustren la vida de Mayte. Pesó 5,4 kilos al nacer, “como una niña de tres meses” y creció como crecían antes los niños, o como debían de crecer, gorditos y con las rosquitas sobresaliéndoles de los brazos. Gozó de su abuela materna, Rosario, “mujer de carácter” y con su abuela María, de Zaragoza, de Gelsa de Ebro. Porque su madre siempre tuvo muy claro que sus hijos tenían que estar unidos a las dos familias y no faltaban los viajes a Aragón a pesar de que en aquellos tiempos, como mínimo, había que tener ganas.
Eso la hizo una niña feliz en una infancia feliz, en una adolescencia soñadora, como todas y en una juventud en la que fue perfilando su carácter, fuerte pero entregado a todos aquellos que necesitaban algo de ella. La enseñanza de su padre, el legado de El Maño.
Delegada de Fiestas y Turismo
En 1999 se convierte en concejala del Ayuntamiento de San Fernando con el Partido Andalucista y allí conoce lo bueno y lo malo de la política, aunque se quede con lo bueno, con la posibilidad de trabajar por su ciudad de una forma más directa, más efectiva. Fue delegada de Fiestas y de Turismo cuando la gente en La Isla todavía creía en el turismo como fuente de riqueza y en la posibilidad de tenerlo.
Y se marchó de la política como se marchan los que están en ella por convencimiento de que es un servicio público, arrojada a la calle por los que se parten la cara por un cargo y no admiten que nadie les pueda hacer sombra. O dicho en plata, le dijeron que del Ayuntamiento, ni agua.
Su salida de la política, de todas formas, coincidió con la enfermedad de su padre y se dedicó por entero a él, como “si Dios lo hubiera organizado así”, hasta que Joaquín Rodríguez Royo fallece en 2011 y Mayte Rodríguez Labandón se queda huérfana de quien fue su referente en la vida, pero también de la vida que le había arrebatado, la del contacto con la gente que nunca abandonó porque las peñas y entidades de La Isla nunca la apartaron de su vera.
Fue el nuevo y actual alcalde, José Loaiza y la delegada de Fiestas, Cristina Arjona, quienes la rescataron para seguir trabajando por la ciudad desde el Ayuntamiento que le había sido vedado, a ella, que antes de concejal ya trabajaba en la Comisión de Fiestas; que ya había sido Estrella de Oriente y estaba volcado en la Asociación de Reyes Magos –ahora pertenece a la directiva- y que si le quitaban su vida en esos momentos de orfandad, la hacía más huérfana.
Mayte Rodríguez Labandón, ahora, vuelve a ser feliz haciendo lo que más le gusta hacer, trabajar por su ciudad desde su parcela, ayudar en las peñas y entidades de todo tipo, subirse a un escenario y presentar un espectáculo, la proclamación de las salineras, de las colombinas, la semana cultural de una peña… Echar una mano, sencillamente.