Inmaculada atiende la llamada de este periódico después de dar el pecho a su
bebé Judith de
cuatro meses. Ella, trabajadora de banca, estaba de permiso retribuido cuando se decretó el
estado de alarma para contener la
propagación del
coronavirus. En la casa de Inmaculada Benítez, Judith ha sido la última en llegar y con ella son ya
siete hermanos, con edades comprendidas
entre 19 y cuatro meses, los que conviven en un
piso de 84 metros cuadrados. “Siempre comíamos y cenábamos juntos, pero ahora estamos los nueve las 24 horas del día” y por un tiempo que, todo apunta, se alargará más allá de las dos semanas de confinamiento decretadas.
En la
familia numerosa de Inmaculada (en España, hay
600.000 familias –un 8% del total- con más de tres hijos, según los últimos datos disponibles del Ministerio de Sanidad) “no es todo perfecto”, explica la madre cuando se le pregunta por la
organización militar que se le presupone a un hogar con tantos miembros. Pero, en estos
momentos excepcionales, “todos han entendido que hay que ayudar.
Los niños no lo están llevando tan mal como yo me esperaba”, reconoce. “
Hay momentos de agobio y tensión, claro, pero hemos organizado actividades diarias para mantener una rutina y que no entremos en una desidia”, explica.
Entre esas actividades diarias están sacar los juegos de mesa, tirar la basura, ir a tender a la azotea o hacer la compra. “Ahora hay peleas por hacer esas tareas”, admite entre risas.
Las
azoteas se han convertido en las grandes aliadas de los sevillanos estos días. En ellas, los niños pueden correr y hacer algo de deporte. Javier, de 17 años, hace piragüismo. “Para él, que es hiperactivo, es importante moverse. Se lleva a la azotea sus pesas y su comba y está como una hora y media entrenando”, relata su madre, para la que lo importante estos días es mantener la “tranquilidad”.
En la casa de Inmaculada, hay diferentes realidades como edades tienen sus hijos. “
A los más adolescentes se les hace pesado no poder salir y a los más pequeños se les empieza a notar aburridos porque echan de menos el colegio y a sus amigos”. Las tecnologías, en este caso, están jugando un papel clave. “Hacen
videollamadas a sus compañeros y así no los extrañan tanto”.
Inmaculada y Mariano tienen además a sus madres ya mayores a muchos miles de kilómetros. Pero saben que están en buenas manos: en las de los profesionales de la
Ayuda a la Dependencia que hacen una “
labor magnífica”, se muestra agradecida Inmaculada, que está convencida de que estas circunstancias excepciones obligan a “llevar las cosas de otra manera. Yo, por ejemplo, rezo”.