De no haber sido por el comentario idiota de un diputado del PP mandando al médico a Íñigo Errejón cuando éste expresaba durante una intervención en el Congreso su preocupación por la salud mental, se habría hablado más de la contradicción del nuevo icono de la izquierda caviar y la del propio presidente del Gobierno con respecto al suicidio. Errejón advirtió de que, en España, una media de diez personas se quitan la vida cada día, y lamentó que el asunto no esté en el top de preocupaciones políticas. Su reflexión dio pie a que Pedro Sánchez anunciara una revisión de la estrategia nacional de salud mental para potenciar la atención de las personas que necesiten cuidados en este sentido. Pero ambos, sin embargo, han celebrado la aprobación de la despenalización del suicidio asistido. La ley de la eutanasia es un auténtico fracaso colectivo porque, además, no hay visos de que se vaya a dedicar el mismo esfuerzo para desarrollar paralelamente una ley de cuidados paliativos que garanticen el acceso a los servicios sanitarios necesarios para una muerte digna.
Tanto Pedro Sánchez como Íñigo Errejón trazan una raya para distinguir el suicidio malo y el suicidio aceptado, que es el asistido, sin detenerse ni un solo minuto a explicar por qué el Estado sí puede disponer de las vidas de las personas (no decide el individuo, ojo, lo pides y una comisión aprueba o no tu solicitud).
Es propio de la izquierda establecer los límites de la ética. El propio Pablo Iglesias divide a los propietarios de chalés como el suyo en gente peligrosa, explotadora, inmoral, presuntamente corrupta, de personas como él (muy poca, única), que se ha comprado un casoplón porque se lo merece por los esfuerzos por la lucha por la igualdad. Unidas Podemos, casa madre de Más País, también separa a los pobres ignorantes que votan a cualquier otra opción que no representen ellos de los pobres listos y buenos que comparten sus ideas. Ahora, con la guerra abierta entre partidos, con sucias mociones de censuras, se habla mucho en la izquierda del tránsfuga, cualquiera que se sitúe en contra de sus intereses, en oposición a los defensores de la libertad democrática, que son lo mismo pero que les vienen bien para que su estrategia tenga éxito.
Todo esto, en realidad, no es nuevo, y remite a la tradicional superioridad moral de la izquierda, que no solo es insoportable, sino, además, insostenible. “En España también me deja perplejo escuchar de adultos bien formados que no se puede comparar el caso Gürtel pepero con los ERE sociatas”, reflexionaba Inocencio Arias en un reciente libro, en el que ponía innumerables ejemplos desde la Guerra Civil, comparando el inexplicable y cruel bombardeo de Cabra por aviones rusos con el de Guernica. “La diferencia narrativa es pasmosa”, apunta. Y da en la clave. La eutanasia se ha impuesto porque las fuerzas políticas interesadas han aprovechado la confusión sobre el asunto.