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Torremolinos

Los molinos, padres de Torremolinos (5)

Torremolinos no es sólo turismo, fiesta, deportes, playa y sol. Es también arte, cultura, crisol de civilizaciones. En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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Previamente hemos dado consideración a los antiguos molinos situados en la parte de arriba de la población, entre el nacimiento de los manantiales y la actual calle Palma de Mallorca, arteria central que arranca de la Plaza de la Costa del Sol. Los molinos acerca de los cuales se ha dado una somera explanación son los de Inca, La Molina, Batán, Cea, el Moro, el Molinillo y Manojas, si bien este último, cuya estructura se conserva en óptimo estado, aunque sin la pertinente maquinaria molendera, se halla en la zona llana. Para más información y detalles de la desaparecida industria molinera, remitimos nuevamente al lector a la obra "Los molinos de Torremolinos", del cronista Juan José Palop. De tales viejos molinos se conservan, restaurados, los caseríos de Manojas, Batán e Inca, dotado éste por el Ayuntamiento de los oportunos trebejos de la molienda, a modo de museo dinámico.
Continuando con la descripción de los molinos de la zona llana e intermedia del pueblo, en la bifurcación de la calle San Miguel con la de Casablanca se hallaba el molino del Castillo, del que, en los años de mil novecientos sesenta, nada recordaban los más viejos trabajadores harineros de la población, por lo que se supone que fue uno de los primeros molinos en desaparecer, tal vez a finales del siglo XIX. Ya en 1923 el caserío albergaba una carpintería, según reza el escrito de expropiación de las aguas de los manantiales. En la finca, de 722 metros cuadrados, se levanta hoy un moderno inmueble comercial.
El siguiente molino en aprovechar las aguas del "Cau" era el del Malleo, en otros tiempos denominado de Becerra por haber pertenecido a la familia de este apellido. Dedicado a moler trigo y a despacho de pan, se alzaba el molino en una finca de 496 metros cuadrados, frente a la iglesia de San Miguel, en la plaza que hoy recibe el nombre de los Santos Arcángeles. Derribado el caserío tras la desaparición del molino, en el solar se edificó un pequeño complejo de apartamentos y locales comerciales. La esquina entre la plaza y la iglesia la ocupa el conocido bar restaurante que aún nominan de El Marqués.
Justamente detrás de la iglesia de San Miguel y unido a la Torre de Pimentel se encontraba el molino harinero del Rosario o de Adolfo Manojas, molinero que lo disfrutaba en arriendo de su propietaria, doña María Teresa Bolín de la Cámara. Manojas abandonó la industria después de ser agraciado con un importante premio de la lotería nacional. El caserío, levantado en una finca que ocupó 177 metros cuadrados, aún se conserva y se da la circunstancia de que, para acceder al interior de la Torre a la que está unido, es preciso hacerlo a través del mismo.
El último molino en utilizar la corriente del "Cau" antes de que éste vertiera sus aguas en cascada, posteriormente soterradas y canalizadas, por la Cuesta del Tajo, era el de la Torre, junto a la atalaya de Pimentel. La finca del molino, que molturaba trigo, ocupaba una superficie de 707 metros cuadrados. El caserón fue demolido para dar paso a un estratégico restaurante desde el que se divisa el mar en una espectacular panorámica. A diferencia de otros molinos, el de la Torre no disponía de vivienda en la planta superior, sino que únicamente funcionaba como industria.
La ubicación de algunos de los desaparecidos molinos de Torremolinos, así como sus nombres últimos, que no los de origen, que se desconocen, se basan primordialmente en el testimonio de los más ancianos del lugar. Teniendo en cuenta sus testimonios y los linderos que registran los documentos de propiedad y sobre todo los documentos realizados en 1923 con ocasión de hacerse pública la expropiación definitiva de las aguas de los manantiales de Torremolinos, expropiación efectuada por el Ayuntamiento de Málaga, fue confeccionado en su día -por el periodista señor Palop, con la colaboración del experto en arte pictórico y gran entusiasta de Torremolinos, Manuel Naranjo- un croquis con la situación aproximada de los caseríos que albergaban las rústicas industrias molederas, todas alineadas a lo largo del cauce, el familiar "Cau", que desde los manantiales descendía hasta el mar.
Los molinos, en cuyas dependencias superiores vivían los molineros con sus familias, ya se encontraban en declive desde que en 1876 se desviaran a Málaga las primeras aguas de los manantiales de Torremolinos. Definitivamente, el resto de los molinos dejó de moler entre 1923 y 1926, a raíz de la segunda desviación de las aguas expropiadas por Málaga, con lo que el cauce que suministraba el vital fluido a los molinos dejó también de existir. La muerte del cauce y los molinos resultó asimismo en la muerte de Torremolinos como pueblo, pues fue en aquel fatídico 1923 cuando el último alcalde, señor Fernández Alcauza, solicitó oficialmente al Ayuntamiento de la capital la anexión del municipio de Torremolinos al de Málaga. El 30 de junio de 1924 Torremolinos comenzaría a protagonizar un melancólico destierro de 64 años.

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